Hoy su majestuoso mirador ya no atestigua puestas de sol sino el abandono que consume lentamente su legado

Crédito: María Cárdenas

Hoy su majestuoso mirador ya no atestigua puestas de sol, sino el abandono que consume lentamente su legado

La casona con un pasado musical vibrante y un presente silencioso

María Cárdenas | La Prensa del Táchira- En la esquina de la carrera 4 con calle 4, se encuentra la antigua casona donde funcionó el Colegio San Cristóbal, una joya arquitectónica que pasó de ser un hogar familiar a un vibrante centro de formación artística y posteriormente a la cuna de centenares de bachilleres. Hoy su majestuoso mirador ya no atestigua puestas de sol, sino el abandono que consume lentamente su legado. 

La historia de esta edificación se remonta a la década de los años 30, cuando el abogado Abel Santos la mandó a construir para hacerla su hogar familiar. Expertos como el arquitecto Walter Durán, atribuyen la obra al alarife más icónico de la ciudad, Jesús Manrique. "La edificación posee todas las características del alarife, que entendía completamente la geografía de la ciudad", explicó Durán. Su diseño, con entrada en esquina, pequeño jardín delantero y un mirador estratégico, permite apreciar un panorama único de la ciudad: las montañas al este, el Parque Tamá al sur y las puestas del sol al oeste. 

Tras ser durante años la residencia de la familia Santos, en los años 40 María Santos, la transformó en la sede de la Academia de Música del Estado y la Banda de Conciertos, llenando sus salones de melodías hasta la década de los 60. 

Sin embargo, su capítulo más memorable para muchas generaciones comenzó en 1966. Bajo el liderazgo del profesor Rómulo Colmenares, un grupo de pedagogos, transforma la casona en el Colegio San Cristóbal con 20 salones para recibir a los estudiantes. Durante 47 años sus aulas formaron a centenares de bachilleres, hasta que la institución cerró definitivamente sus puertas en 2013.

Hoy la realidad de la casona es una muestra del abandono y deterioro. A pesar del descuido, las estructuras aún conservan sus característicos ventanales de madera. Su interior, que resistió múltiples intervenciones a lo largo de los años, se mantenía hasta el cierre gran parte de la estructura original, como las grandes puertas de madera, los ventanales y uno de sus parques centrales. Su recibidor ovalado, una muestra del gran talento de Manrique, yace ahora en las sombras, a la espera de resplandecer nuevamente a una de las casonas del casco histórico de la ciudad. 

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