María Cárdenas | La Prensa del Táchira.- Cuenta la leyenda que un feroz mástil deambula las noches de luna llena en los caminos reales, muy cerca de Barrio el Río. Quienes lo han visto explican que su olor a podredumbre se adueña del lugar y sus aullidos infernales le hielan la sangre a cualquiera.
Corrían los años 70, Alejandro vivía en una aldea cercana a Barrio el Río y para llegar a tiempo a su trabajo decidió acortar camino por los caminos reales que recorren gran parte del sector. A pesar de las advertencias de los más ancianos sobre los peligros que rondan en esos parajes, especialmente durante la noche, Alejandro nunca sintió ningún temor, pensaba siempre que se trataban de supersticiones.
Una noche salió muy tarde de su trabajo, el reloj marcaba las 11:30 y como todos los días, decidió recorrer el camino real, el cual nunca tardaba en cruzarlo más de 25 o 30 minutos. La luna brillaba en lo alto, dejaba ver con perfecta claridad todo el camino; sin embargo, algo extraño ocurrió. Por alguna extraña razón Alejandro se desorientó y se sintió perdido. Llevaba varios minutos caminando y aún no divisaba su pequeña aldea.
Un olor nauseabundo invadió el lugar, Alejandro pensó que se trataba de algún animal en descomposición y no hizo mucho caso a esto, ya que es algo normal en estos lugares, pero algo extraño ocurrió; los sonidos de la naturaleza se apagaron completamente, no se escuchaban los insectos, ni las ranas que usualmente oía mientras recorría el sitio. De pronto una sensación de peligro comenzó a invadirlo, pero Alejandro no se dejó llevar por el pánico y continuó su camino.
El olor a podredumbre comenzó a hacerse más intenso, cuando un gruñido lo hizo saltar del susto. A su izquierda un enorme mastín negro como la noche, sus ojos parecían brillar de un color rojo sobrenatural y en su cuello colgaba un extraño rosario bañado en lo que parecía sangre y suciedad.
Alejandro estaba paralizado frente a aquella bestia cuyos gruñidos comenzaron a hacerse más y más fuertes; parecía que era el único sonido que existía. De pronto el ladrido infernal de la bestia hizo que Alejandro reaccionara y tomara una rápida decisión, sin saber hacia dónde, emprendió su huida lo más rápido que pudo. Los ladridos y pasos del mastín infernal parecían perseguirlo de todas las direcciones. Alejandro, aterrado de mirar hacia atrás comenzó a correr en zigzag y sin rumbo aparente.
Los ladridos del animal se apropiaron del lugar, Alejandro no escuchaba otra cosa más que eso, cuando parecía que el perro estaba a punto de alcanzarlo comenzó a divisar a lo lejos su casa y a toda velocidad corrió, saltó la pequeña cerca que rodeaba su hogar y entró a su humilde morada, recostándose con fuerza ante la puerta, mientras que los aullidos del mastín se oían a lo lejos. Al mirar el reloj, Alejandro no podía creer lo que veía, pensó que el artefacto se había descompuesto, ya que marcaba las 3:15 de la mañana. No lo podía creer, puesto que en su cabeza no había pasado una hora en el recorrido. Preso del miedo, Alejandro no consiguió conciliar el sueño.
Al día siguiente comentó a su abuela lo sucedido, esta le dijo que se había encontrado con un espectro infernal. Aquel mastín era propiedad de un hacendado de la zona que había muerto hace muchos años. El hombre poseía gran cantidad de dinero, pero era muy avaro, por lo cual decidió esconder un gran tesoro en parte de su propiedad. El hacendado, que era fanático de la brujería y el ocultismo, sacrificó a su perro más grande y fiel para que custodiara el tesoro de aquellos que se acercara. La leyenda dice que un gran cofre lleno de oro reposa en las profundidades de aquella tierra y el mastín solo se le aparece a aquellos que se acercan al lugar en donde está escondido.
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