María Cárdenas | La Prensa del Táchira.- San Pedro del Río es un pueblo conocido por su bello paisaje y sus casas con toques coloniales; sin embargo pocos conocen las oscuras leyendas que rodean este lugar escondido en las montañas, una de esas historias es la misteriosa procesión de encadenados que sale del pueblo cada Viernes Santo.
Gerardo llevaba más de 30 años dedicándose al transporte de carga, siempre buscaba la manera de obtener más ingresos, por lo cual trabaja incluso aquellos días en que nadie solía trabajar. Gerardo cuenta que en el año 2006, durante Semana Santa, le ofrecieron un trabajo. Debía buscar unas extrañas esculturas en el centro del país que tenían como destino La Fría. El pago era alto y nadie lo quería aceptar, puesto que el envío debía llegar a su destino a primera hora del Sábado Santo. El hombre quien no quiso dejar pasar la oportunidad, aceptó.
El viaje fue fácil, como se trataba de Semana Santa las calles se encontraban despejadas y su recorrido fue rápido y tranquilo. Con el ritmo que llevaba Gerardo calculaba que iría llegando a La Fría mucho antes del amanecer del sábado, no obstante el conductor no sabía lo que le esperaba.
Cuando iba transitando por la autopista, el motor de su camión comenzó a fallar y se detuvo completamente muy cerca de la entrada a San Pedro del Río. Gerardo revisó el vehículo y se dio cuenta de que todo estaba en orden, no parecía que nada estuviera fallando, sin embargo el camión seguía sin encender. Intentó llamar por teléfono, pero no tenía cobertura, por lo cual decidió esperar. Pasaron las horas y nada, ningún automóvil transitaba por aquella autopista. Ante esto y a pesar del temor que tenía de que su carga fuera robada, decidió emprender su camino al pueblo para ver si podía encontrar a alguien que lo auxiliara.
La neblina cubría la carretera y las luces del pueblo alumbraban a lo lejos. De pronto Gerardo escuchó lo que parecía el sonido de las campanas, esto le pareció muy extraño, ya que su reloj marcaba las 2 de la madrugada. Cuando estaba a solo unos metros de la entrada del pueblo, Gerardo comenzó a escuchar como cadenas eran arrastradas y vio un grupo de personas que se acercaban, parecía que estuvieran marchando una tras de la otra con la cabeza baja, el líder que tenía una capucha negra que cubría su rostro llevaba una vela encendida. Gerardo pensó que se trataba de alguna procesión de Semana Santa del pueblo, pero mientras más se acercaba más inquietante era la situación.
Los caminantes, que tenían los ojos vendados, marchaban mientras propinaba horribles chillidos al son de las cadenas que arrastraban. El hombre no podía creer lo que estaba viendo, porque a pesar de que parecía que caminaban, estos seres espectrales no tocaban el suelo; incluso ni siquiera movían sus piernas. Con terror Gerardo comenzó a ver como se acercaban a él a gran velocidad, el pánico lo invadió de tal forma que comenzó a correr nuevamente en dirección al camión; a pesar de que se había alejado, escuchaba los chillidos de las cadenas y aquellos gritos desgarradores, cada vez más cerca.
A pesar de la curiosidad, el hombre no se atrevía a dar la vuelta. Cuando llegó al camión, rápidamente se refugió en su interior. Se negaba a mirar por los retrovisores, pero esto no fue necesario porque en cuestión minutos la procesión lo alcanzó. Por las ventanas del auto vio como estos seres espectrales continuaban gritando mientras arrastraban sus cadenas, el hombre tomó rápidamente un rosario que su abuela le había obsequiado hace muchos años, él no era un hombre religioso y solo lo conservaba por su valor sentimental; sin embargo lo tomó y rezó la única oración que sabía de memoria.
Tras repetir el Padre Nuestro interminables veces en su cabeza, finalmente Gerardo abrió los ojos, la noche nuevamente estaba en calma, la neblina había desaparecido y no se escuchaba ningún ruido. El hombre hizo un último intento para encender su camión y como si fuera arte de magia, este se encendió y consiguió seguir su camino.
Al día siguiente después de completar su entrega, Gerardo contó lo sucedido a su padre, quien le comentó que durante años había escuchado historias extrañas sobre ese tramo de la autopista y también historias sobre esa extraña procesión, que según la historia son las almas de unos colonos que fueron maldecidos por unos esclavos rebeldes que fueron ejecutados. Sus almas fueron condenadas a vagar sin esperanza, arrastrando las cadenas con las que aprisionaron a los esclavos y suelen ser vistos y escuchados cada Viernes Santo, saliendo de San Pedro del Río.
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