A modo de juego y curiosidad los jóvenes crearon una ouija improvisada con un tablero de cartón y un vaso de cristal

Crédito: Karen Roa

A modo de juego y curiosidad los jóvenes crearon una ouija improvisada con un tablero de cartón y un vaso de cristal

Siete niños desataron un espíritu en Las Granjas Infantiles

María Cárdenas | La Prensa del Táchira.- Corría la década de los noventa cuando un grupo de siete niños decidieron contactar a un espíritu en una antigua casa ubicada en Las Granjas Infantiles, sin saber que esto desataría el terror.

Andrés, Marcos, José, Marcela, Nathalia, Daniela y Mariangel, eran un grupo de primos que pasaban sus vacaciones en la antigua casa de su abuela, ubicada en Las Granjas Infantiles, en el Mirador. Los jóvenes, que tenían edades entre diez y 15 años, les encantaba pasar sus días en aquella casa; sin embargo, siempre se sentían observados en cada rincón de ella.

Un domingo los siete se encontraban completamente solos en la casa y conversando entre ellos llegaron a la conclusión de que había algo sobrenatural en aquella casa, aprovechando que no había ningún adulto presente, a modo de juego y curiosidad, los jóvenes crearon una ouija improvisada con un tablero de cartón y un vaso de cristal para que el espíritu señalará las letras.  

Cuando todo estaba listo, los niños se sentaron en círculo e iniciaron la invocación de aquel ser que habitaba la propiedad, usaron el cuarto pequeño que estaba lleno de fotografías de todos ellos. Marcela, la mayor del grupo era quien hacía las preguntas, primero sin mucha seriedad en el asunto, jugándose bromas entre ellos; no obstante el ambiente se fue transformando y una atmósfera de tensión invadió la casa cuando el vaso comenzó a moverse solo y Marcela dijo si hay un espíritu en esta casa que la fotografía de Juan se mueva y para sorpresa de todos vieron como aquella fotografía comenzó a deformarse, hasta que la cara de Juan se convirtió en una mueca burlona.

 Los jóvenes aterrorizados con lo que acaban de ver comenzaron a correr por la casa, al llegar al pasillo las puertas comenzaron a cerrarse y abrirse sin ninguna explicación, intentaron escapara por la puerta trasera que se encontraba abierta de par en par, pero una gran sombra negra cubrió hasta el techo aquella puerta y luego cayó nuevamente al suelo.

Los jóvenes desesperados se fueron hasta la entrada principal y finalmente consiguieron llegar al patio, pero la reja que daba hacia la calle estaba cerrada a pesar  que no tenía candado. Un fuerte aguacero comenzó a caer mientras intentaban salir de aquella casa. De pronto uno de los jóvenes divisó una extraña figura en el interior, todos observaron cómo este oscuro ser los saludaba. Ninguna de sus facciones se podía distinguir, solo una gran cola. Cuando finalmente la puerta cedió, los jóvenes se encontraron con un tío y le contaron todo lo sucedido; no obstante este no les creyó, pues pensó que se trataba de tonterías de los niños.

Pasaron las semanas y los jóvenes temían estar solos en aquella casa, los adultos los regañaban por creer en fantasmas; sin embargo poco a poco, cada uno de sus habitantes comenzaron a vivir situaciones extrañas y la figura de un hombre sobrenaturalmente alto fue vista deambulando por el lugar. Algunos se levantaban al escuchar risas burlonas en plena madrugada, otros contaban que escuchaban a alguien decir su nombre desde la sala. Un día el padre de Juan, el tío más escéptico de la familia, se levantó a las tres de la mañana por un vaso de agua, cuando se encontró en la sala con un hombre sentado en el sofá que lo saludó y luego se burló de él. 

La situación empezó a ser tomada en serio por la familia que comenzó a buscar la raíz de aquella situación, cuando entre las cosas con las que jugaban aquellos niños no solo encontraron aquella ouija improvisada, sino una extraña cruz metálica. Cuando preguntaron de dónde había sacado aquella cruz, Marcela contó que la habían encontrado una tarde mientras jugaban en el patio más alejado de la propiedad. Explicó que había estado abriendo algunos agujeros y encontraron enterrada aquella cruz, los adultos se horrorizaron al escuchar esto porque aquella cruz  era muy parecida a las que se encuentran en el cementerio, los adultos registraron la zona en donde los jóvenes encontraron el artefacto y encontraron otras cosas perturbadoras, fotografías con rostros rasgados, vendas llenas de sangre y la manilla de un ataúd.   

A pesar de que lograron confirmar que aquella cruz provenía del Cementerio Municipal de San Cristóbal, nunca conocieron quién la enterró en aquel sitio. A pesar de intentar bendecir la casa, los encuentros sobrenaturales persistieron y la casa finalmente fue abandonada. Quienes habitan por el lugar aseguran que durante la madrugada las luces se prenden y un hombre extremadamente alto es visto merodeando la propiedad durante la noche.  

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