María Cárdenas | La Prensa del Táchira.- En la década de los ochenta la familia Camargo que residía en El Mirador recibió como obsequio una gran cantidad de objetos y artículos antiguos, entre los cuales se encontraba un retrato de una niña. Debido a lo hermoso que era aquel cuadro, la familia decidió conservarlo sin saber el horror que este desataría en su hogar.
El retrato mostraba a una pequeña niña sin expresión alguna, era enigmática y la vestimenta que tenía la pequeña hacía pensar que su origen databa de mediados o principios del siglo pasado. Durante la primera semana no sucedieron muchas cosas, el retrato colgaba en la sala familiar que también era el comedor y a los únicos que parecía darle mala espina era al trío de hermanos. Los niños de edades de ocho a 15 años, sentían que no había algo bien con el retrato; que si bien aceptaban que era hermoso y parecía tener algún valor, les daba la impresión de que este los estaba siempre observando, además el hecho que la pequeña no tuviera ninguna expresión en su rostro, los asustaba algunas veces, ya que durante algunos momentos, cuando miraban sin querer el cuadro, parecía que la niña sonreía o que estaba enojada.
Con el inicio de las clases, los niños ya no pasaban tanto tiempo en la casa y se olvidaron un poco del cuadro; sin embargo Daniel, el mayor de los hermanos, un día tuvo una horrible experiencia. Debido a un problema en el liceo, el joven llegó antes que sus hermanos y sus padres a su casa. Daniel quería aprovechar al máximo aquel momento en el cual tenía su hogar para él solo, sin embargo al llegar a su casa notó algo extraño, el ambiente era pesado y había un olor a flores de cementerio por toda la casa, además tenía la sensación de que no estaba solo.
Daniel comenzó a buscar a su madre pensando que tal vez esta había llegado temprano de su trabajo, pero no encontró a nadie. No se escuchaba ni un solo sonido por toda la casa. Daniel poco a poco comenzó a sentirse nervioso, pero intentó no darle mucha importancia a esta sensación. Decidió despejar un poco su mente al realizar algunos deberes de la escuela, así que tomó sus cosas y se sentó en el comedor, una mesa larga de madera, tan larga que ocupaba gran parte del cuarto y fue allí la primera que vio a la niña al final de la mesa, observando tal como estaba la niña del cuadro. Daniel quedó petrificado, no podía creer lo que estaba viendo, la ropa, la forma del cabello todo, no había duda de que se trataba de la misma niña. Para intentar confirmar sus sospechas, como pudo dio un vistazo al cuadro que colgaba a pocos metros de él, pero al verlo no había nada, era como si la pequeña se hubiera esfumado del retrato, solo se veía el fondo y nada más. El frío tomó la habitación y Daniel, sin poder decir una palabra, temía volver el rostro y ver a la pequeña en el comedor, por lo cual decidió correr hacia el patio sin mirar atrás.
Cuando su madre llegó del trabajo, Daniel le contó lo sucedido. La mujer que no creía que su hijo inventara semejante cuento, le insistió que tal vez todo sería producto de su imaginación y lo mejor era que no contara esta historia otra vez para no asustar a sus hermanos. Daniel hizo caso a su madre, no contó nada de lo sucedido a sus hermanos pequeños, sin embargo, se negaba a estar solo junto a aquel retrato, evitaba a toda costa pasar tiempo solo en el comedor, ya no le gustaba estar en su casa, temía observar el cuadro y ver que la niña ya no está ahí.
Una noche de fin de semana la familia se encontraba cenando en completo silencio cuando de pronto comenzaron a sonar risas por toda la casa, todos quedaron confundidos, puesto que más nadie, además de ellos se encontraba en el hogar; los vecinos estaban muy alejados y por la hora era casi imposible que alguno de sus hijos se encontrara jugando por el lugar. Daniel se paralizó, bajo la mirada y la enfocó en su plato. Su padre, extrañado por las risas, decidió investigar y al parecer, venían de un cuarto destinado a guardar herramientas y al entrar no encontró nada; sin embargo las risas continuaron y parecían venir de todos los cuartos de la casa.
El padre de Daniel, comenzó a buscar cuarto por cuarto, pero parecía que algo invisible se burlaba de él. En el comedor los niños y su esposa comenzaron a ponerse cada vez más nerviosos. La madre al ver la consternación en la cara de Daniel decidió darle un vistazo al retrato y lo que vio la llenó de terror, ya que el rostro de la encantadora niña parecía deformado en una mueca burlona, la mujer tomó a sus tres niños y se los llevó al patio en donde los puso a rezar el rosario, sin decir nada de lo que había visto, poco a poco todo se calmó, las risas cesaron y el retrato recuperó su forma normal.
Más tarde aquella noche la mujer contó todo a su esposo desde la historia de Daniel hasta lo que ella misma había visto del retrato, el hombre que también se encontraba algo asustado por lo vivido aquella noche decidió calmar a su esposa y le insistió que lo mejor era no prestarle mucha atención al asunto y que tal vez todo lo que había pasado tenía una explicación. No obstante, tras esa noche todo empeoró.
Las risas se habían convertido en algo constante, sobre todo en las noches. Los niños ya querían dormir solos, ya que había visto cómo los juguetes se movían solos o cambiaban mágicamente de lugar, por lo cual todos terminaron durmiendo en la cama de sus padres.
Una de esas largas noches, el padre de Daniel no pudo conciliar el sueño, sentía que algo se debía hacer para recuperar la normalidad en su hogar, se sentó en el comedor de la casa a pensar cuando vio que una pequeña niña idéntica a la del retrato lo observaba al final del pasillo, un olor a flores de cementerio invadió el lugar, la pequeña pálida como si estuviera muerta observaba con sus grandes ojos sin pestañear, una sensación de terror invadió el cuerpo del hombre quien enseguida tomó un rosario y comenzó a rezar.
Tras este encuentro con la pequeña, la familia decidió deshacerse del cuadro. El padre lo desgarró hasta que solo quedó el marco para así eliminar la imagen de aquella tenebrosa niña. Al poco tiempo la familia abandonó la casa mudándose lejos de San Cristóbal, pero quienes viven cerca del lugar explican que las risas aún continúan y algunos han alcanzado a ver a una pálida niña que juega en horas de la madrugada, en una casa abandonada en El Mirador.
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