María Cárdenas Camacho | La Prensa del Táchira.- En los alrededores de la Plaza Páez, cuando los relojes marcan las tres de la mañana, la figura de un sacerdote aparece frente a la iglesia La Ermita y realiza un espectral recorrido por todo el lugar, hasta desaparecer por completo bajando por la Calle 14.
Muchos han sido los avistamientos del cura a lo largo de los años, habitantes de la zona señalan que nadie sabe la historia real de por qué el sacerdote realiza cada madrugada aquella caminata. Antonio cuenta que en los años 80 realizaba turnos nocturnos en su trabajo en Barrio Obrero y generalmente no regresaba a su casa ubicada en la carrera 2 de La Ermita, hasta pasadas la medianoche.
Cuenta que un día, mientras regresaba del trabajo, vio cómo un hombre vestido como sacerdote bajaba las escaleras de la iglesia e ingresaba a la plaza. Antonio no le dio mucha importancia, el hombre caminaba de manera ágil y muy apurado; sin embargo daba la sensación que se encontraba flotando. Por alguna razón, Antonio no quiso mirar sus pies, temía ver algo anormal bajo aquella túnica. Sin saber por qué, se llenó de terror y cambió rápidamente de rumbo, decidió cruzar otra calle para llegar a su hogar. Este no contó lo sucedido a nadie; sin embargo le causó mucha curiosidad aquel cura.
Pasaron los días y debido al peso del trabajo, Antonio olvidó del hecho, hasta que un día volvió a salir tarde de su trabajo, miro su reloj y estando a solo unos pasos de la iglesia se dio cuenta de que eran las tres de la mañana, un escalofrío recorrió su cuerpo, pero no le dio mucha importancia y continuó su camino. Al pasar por la iglesia Antonio evitó mirarla, temía encontrarse con aquel cura; sin embargo la vida le jugaría una mala pasada.
Al llegar a la esquina de la plaza en la Carrera 3, Antonio fue sorprendido por la tétrica figura, completamente vestido con una túnica negra, con el típico alzacuello que identifica a los sacerdotes, pero su rostro fue lo más desconcertante. Antonio apenas podía describir lo que vio, el espectro no tenía ojos, solo un par de cuencas vacías, y su boca mostraba una mueca de dolor e ira. El espectro gritó algo inentendible, no obstante fue suficiente para que Antonio saliera de su trance y emprendiera la huida calle abajo. Sin darse cuenta, llegó hasta su casa temblando de miedo.
Con el paso de los días, Antonio evitó a toda costa acercarse a la plaza o a la iglesia de La Ermita, pero un día su madre pidió que la acompañara a una misa el domingo. Antonio recio al principio, pero finalmente decidió acompañarla. Tras la misa, su madre se quedó conversando con un par de amigas, por lo cual Antonio decidió tomar un café y entabló conversación con uno de los vendedores de camándulas y escapularios. Llevado por la curiosidad le preguntó al vendedor si no había escuchado alguna historia de fantasmas en el sector. El hombre lo miró extrañado, diciendo que si no conocía la historia trágica del cura.
Resulta que nadie sabe exactamente en qué año, pero un cura, quien llevaba poco tiempo en la Ermita quedó locamente enamorado de una mujer, al parecer este la visitaba después de las tres de la mañana; sin embargo, una noche fue interceptado por uno de los pretendientes de la dama quien finalmente decidió asesinarlo, por lo cual dicen que su espíritu quedó penando, realizando el mismo recorrido cada noche, sin poder llegar a la casa de su amada.
Los datos de esta historia fueron tomados del libro Leyendas del Táchira de la escritora Lolita Robles de Mora, quien se encargó de resguardar la tradición oral de los mitos y leyendas que envuelven cada rincón del estado Táchira.
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