María Cárdenas | La Prensa del Táchira.- Durante los años 90 el cuerpo sin vida de un vigilante de una construcción fue encontrado en la garita de vigilancia. Con la linterna aún en la mano y un rostro que dibujaba la más aterradora de las expresiones, tanto familiares como conocidos del hombre, comenzaron a contar una de las más extrañas leyendas.
José llevaba algunos meses trabajando como vigilante en una obra en Puente Real. El trabajo que al principio parecía monótono y aburrido, poco a poco se fue tornando extraño, especialmente en el turno nocturno. Durante las primeras noches, José escuchaba voces, sin embargo al asomarse nunca veía nada y los ruidos se dejaban de escuchar.
Con el pasar de las semanas, las cosas extrañas iban aumentando, el vigilante pasó de escuchar voces a fiestas enteras entre la obra y cada vez que se asomaba, ocurría lo mismo. Al asomarse con su linterna, todo ruido se silenció y ni un alma rondaba la construcción. José comentó a sus compañeros lo que sucedía y uno de ellos advirtió que lo mejor era ignorar el ruido e intentar no prestarle atención.
No obstante, José no pudo hacer esto y cada guardia nocturna era una tortura para él, ya que nunca podía estar tranquilo, los ruidos eran ensordecedores y al mismo tiempo terroríficos, escuchaba cómo algo arañaban el techo de la garita. Desesperado José consultó a una mujer que vivía cerca del cementerio municipal y esta le explicó que seguramente se trataba de ánimas en pena en el lugar y le sugirió a José que les dedicara una plegaria cada noche para que estas descansan en paz, no obstante le advirtió que algunas almas eran buenas y otras tenían malas intenciones, por lo cual era necesario que una vez iniciadas las oraciones tenía que realizarlas cada día sin falta.
José hizo caso a la mujer y cada día dedicó una vela y plegarias a las ánimas del purgatorio. Los días pasaron y los ruidos poco a poco fueron cesando. José, quien ya vivía mucho más tranquilo, comenzó a olvidarse del asunto y para su desgracia también de sus oraciones.
Una noche en un turno nocturno que parecía tranquilo e igual de calmado que los últimos, José comenzó a escuchar como lo llamaban por su nombre primero de manera tenue, pero luego fue como un estruendo aterrorizado fue incapaz de moverse, ya que la voz no sonaba como algo que fuera de este mundo y de pronto un silencio invadió el lugar. Cuando parecía que lo peor había pasado, la puerta principal de la garita empezó a ser golpeada repetidamente y tras cada golpe, un ser fuera de este mundo gritaba el nombre del vigilante.
Tanto fue el miedo del hombre que para la siguiente guardia, José le pidió a su hermano que le hiciera compañía, ya que le aterraba estar solo. Marcos, que era unos años menor, aceptó solo porque vio que el miedo en su hermano era genuino.
Aquella noche José se sentía más cómodo y tranquilo en compañía de Marcos, pensaba que los extraños seres no lo aterrorizarían aquella noche mientras estuviera en compañía de su hermano. Sin embargo, pasadas las doce, los ruidos iniciaron, primero las voces tenues, luego el escándalo y tras esto solo silencio. José miró a su hermano y le dijo que los llamados comenzarían pronto, y así fue. Marcos se paralizó al escuchar cómo la voz subía de tono con cada vez que pronunciaba el nombre de su hermano, hasta el punto de parecer que los gritos provenían de la propia garita.
Los golpes a la puerta parecían no cesar. Marcos, paralizado de miedo, vio cómo su hermano tomó la linterna y de manera valiente decidió hacerle frente a lo que estuviera al otro lado de la puerta. Nadie sabe qué vio José. Marcos contó que cerró los ojos cuando su hermano abrió la puerta. Explica que no se escuchó nada, solo que cuando los abrió, vio a José en el suelo con la linterna en la mano y en su rostro una mueca horrible.
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