En Chorro del Indio deambula el espanto de los infieles

Redacción | La Prensa Táchira.- La noche era fría, la Luna apenas se dejaba ver, estaba oscuro y las calles de la capital tachirense permanecerían solas. De momento, unas corrientes de aire se sentían, eran penetrantes y tenebrosas, a cualquiera le ponían los pelos de punta semejante frío. 

A pesar de eso, el peculiar Tico, un enamorado empedernido no podía ver a ninguna mujer bonita porque automáticamente captaba su atención e iba en busca de conocerla y acercarse a ella. 

Ya el reloj marcaba las tres de la madrugada, cuando Tico recorría la plaza Bolívar de San Cristóbal y se dirigía hasta los alrededores del Parque Ramón Buenahora, a pesar de lo solitario de la zona de la nada una hermosa dama, vestida de rojo, piel blanca, esbelta figura, que a pesar de las bajas temperaturas no aparentaba tener frío en medio de la noche por su corto vestido. 

Indudablemente, la buena apariencia de esta mujer hizo que Tico acelerara su paso y se le acercara a ofrecerle su grata compañía, la muchacha al momento no emitió respuesta alguna, permaneció callada, pero Tico seguía caminando a su lado, pues darse por vencido no era algo que lo caracterizaba. 

Minutos más tarde, el enamorado empedernido le pregunta a la joven qué hacía sola por esa zona y más a esa hora de la noche, la mujer no respondía, continuaba en silencio, pero seguía su paso sin parar. 

Tico sólo la contemplaba, la muchacha era realmente hermosa, tenía cabello largo, ondulado y unas piernas bien torneadas, era toda una belleza. A él le seguía pareciendo peculiar que anduviera sola a esas horas de la madrugada, pero como no se daba por vencido le manifestó que la acompañaría hasta Chorro del Indio, el cual era el destino de la misteriosa muchacha. 

Entre tanta caminata y sin entablar mayor conversación llegaron hasta el Parque La Libertad, y se dispusieron a comenzar a subir las empinadas escaleras.

La noche permanecía oscura, la Luna Cuarto Creciente que adornaba al cielo no alumbraba mucho, y Tico le ofreció ayudarle a la dama a subir los escalones, para que no se cayera por los zapatos altos que tenía puestos. Con amabilidad y galantería acomodó su brazo para que fuera más sencillo para ambos poder subir las gradas. 

Minutos más tarde, entre el camino cercano a su destino se consiguen con un banco debajo de un gran y frondoso árbol, se sentaron cómodamente y la hermosa muchacha de vestido rojo sacó de su pequeño bolso negro una caja de cigarrillos, tomó uno de ellos y con una mirada sugestiva le ofreció a Tico uno, pero él lo rechazó, pues el joven no acostumbraba fumar; sin embargo, le invitó a prendérselo, pues cargaba fósforos por cualquier emergencia. "No fumo, pero puedo prenderte el cigarro, tengo fósforos", dijo. 

En medio de la mutua coquetería, él se le acerca y enciende el cigarro que aún permanecía en los labios rojos de la mujer, complacido y deseoso de otras cosas y situaciones, cada vez que se acercaba más, el hermoso rostro de la muchacha de la manera más extraña irradió luz, y su cara se transformó a una terrorífica calavera con largos y tenebrosos colmillos, después de inspirar tanta admiración por su espectacular físico, se convirtió en un completo espanto. 

Automáticamente el susto se apoderó de Tico, que sin mediar palabra soltó aquel fósforo con el que encendía el cigarro del espanto, y salió corriendo aterrado por semejante situación que terminaba de pasar. Con los dedos algo lastimados por el cercano contacto con el fuego del fósforo, comenzó a correr sin mirar atrás, no quería volver a ver a aquel espanto o que en su defecto lo persiguiera por toda la calle. 

Luego de esa terrible noche, y de ese momento tan escalofriante, el joven enamorado y fiestero no volvió a salir a oscuras a ninguna fiesta nocturna, y menos a caminar a altas horas de la madrugada por las calles de San Cristóbal, temía que la mujer del vestido rojo apareciera en su camino de nuevo y que lo asustara como lo había hecho aquella noche. 

La figura de la bella y esbelta mujer vestida con un hermoso vestido rojo, nadie sabe exactamente el por qué aparece, pero suele deambular y asustar a los hombres que constantemente les gusta salir de fiesta, y suelen estar de enamorados rompiendo corazones o siendo infieles a sus parejas.

 Esta leyenda se hizo vigente por años en los alrededores de Chorro del Indio y en otras zonas de San Cristóbal. Tico no fue el único que pasó por esta situación de espanto, pues muchos jóvenes de la época se dejaron llevar por las piernas, cabello y vestido de una supuesta joven solitaria.

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