Redacción | La Prensa Táchira.- Una tenebrosa noche de 1955, en el que la oscuridad, soledad y silencio asechaban al pasaje acueducto en San Cristóbal, dos jóvenes llamados Nicolás y Víctor transitaban la zona luego de un compartir con unos amigos en un sector cercano. Entre risas y anécdotas al recordar lo que había ocurrido horas antes, los jóvenes caminaban hacia sus casas, sin saber que en medio de la oscuridad de la noche se avecinaba uno de los espantos y sustos que pudieran haber pasado en sus vidas.
Cuando el par de jóvenes se encontraba en medio del cruce de la carrera 19 de Barrio Obrero, Nicolás le pregunta a Víctor que si escuchaba los pasos en medio de la lejanía y el silencio al igual que él, al recibir un no como respuesta de su amigo comenzaron aumentar la velocidad de su caminata, pero los pasos se hacían cada vez más fuertes y cercanos.
Nicolás y Víctor, a pesar de que caminaban más rápido, se percataron que el sonido era nada más y nada menos el galope de unos cascos de caballo que provenían de un jinete que apareció en medio de la oscuridad y que los perseguía sin razón alguna.
El terror y el miedo invadieron al par de amigos, la cercanía del caballero al que no lograban distinguir su rostro los asustó tanto que corrieron a la casa de Nicolás, que era la más cercana. Al cerrar la puerta sudados y con los nervios de punta, decidieron ir hasta la ventana para ver con mayor claridad y determinación quién era el que los perseguía tan impacientemente y sin cesar.
En ese instante, Víctor y Nicolás quedan anonadados al percatarse que era un hombre que montaba aquel caballo negro desde las adyacencias del Liceo Simón Bolívar. El animal ni siquiera tocaba el piso, pues estaba prácticamente elevado y cuando rozaba el asfalto con sus patas, salpicaba chispas brillantes que se hacían más notorias en medio de la oscuridad.
El hombre vestía todo de negro, desde su capa, botas y pantalón. En medio del nerviosismo que aún mantenían los dos jóvenes, no salían de su asombro al ver tal situación, que a su corta edad jamás pensaron presenciar y mucho menos que llegara a perseguirlos.
Nicolás le preguntaba a Víctor si ambos estaban viendo lo mismo, pues él no salía de su asombro. A lo que Víctor respondió, que efectivamente sí veían la misma esbelta figura de un hombre que galopaba la zona y al que no le veían el rostro para reconocerlo o saber quién era.
Ambos se preguntaban hacia dónde se dirigía aquel misterioso hombre en su caballo en medio de la oscuridad que inundaba el pasaje acueducto, y sólo transcurrieron un par de segundos más para que el jinete desconocido tomara rumbo hacia la montaña que se veía a lo más lejano de la calle, rozando el asfalto de la carrera 19 y brotando chispas de terror que alumbraba la tenebrosidad de la noche.
A pesar del asombro y miedo que aún mantenían Víctor y Nicolás siguieron con la mirada, hasta que entre la oscuridad y la montaña se perdió el hombre.
Luego de eso, este par de eternos amigos no quisieron volver a recorrer la zona a altas horas de la madrugada, y mucho menos si estaba más oscuro de lo habitual, pues en ellos habitó por muchos años el miedo de que el jinete apareciera en sus caminos de nuevo. La leyenda de la Potranca del Diablo se escuchó por muchos años en este sector de la ciudad de San Cristóbal, la palabra diablo se determinó a causa de que nunca se logró reconocer ni ver el rostro del caballero que montaba aquel animal.
Actualmente, los habitantes de la zona cuentan que jamás se volvió a escuchar esos cascos de caballo y mucho menos ver al jinete; sin embargo, están conscientes de que eso ocurrió durante esa época, y que son muchos los que fueron sorprendidos por la leyenda de la Potranca del Diablo.
Esta historia corresponde a una de las tantas que formaron parte de los años 50 y 60 en la capital tachirense, que sigue siendo recordada por muchos y más en las noches oscuras y tenebrosas que invaden las calles del pasaje acueducto. No se volvió a conocer testimonios de transeúntes que frecuentan la zona y que fueran asechados por la potranca, pero la leyenda sigue siendo contada y leída en Leyendas del Táchira, de la escritora tachirense Lolita Robles de Mora.
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