Aspirar que las diferentes ideas de los actores políticos se entrelacen en un intercambio respetuoso, es apostar por caminos de paz para saldar discrepancias. Eso hace posible edificar con firmeza el sistema democrático. La sociedad venezolana lleva años transitando el camino de la polarización en el plano político, con resultados electorales que desunen e inquietan. La velocidad en que se mueven los trenes en pugna, deja sin asiento a muchos pasajeros deseosos de ser escuchados. Los valores son desechados para fortalecer los antivalores, y a las buenas costumbres se le da un giro de 180 grados para aupar las equivocaciones. Se desecha la política como el vehículo de hacer de lo imposible, el arte de lo posible, dando rienda suelta a la confrontación estéril, sustentada en la vanidad, el ego y prepotencia.
El desencuentro e irrespeto abre el camino para que se patentice la voz altisonante, la descalificación, la amenaza y el abuso. La imposición de ideas es la vía hacia la parálisis y el enfrentamiento. Esa incivilizada forma de dirimir las diferencias hay que dejarla en el pasado para abrir la puerta a la conversación respetuosa como alternativa para construir la escalera que conlleve al entendimiento, y eso es hacer diálogo, lugar en el que se evidencia la empatía, a través de la comprensión de las opiniones de los otros.
Las familias, comunidades, sociedades, se edifican conversando, educando en la práctica saludable del entendimiento, y en la construcción de espacios de encuentro y reencuentro que faciliten mecanismos para solucionar los conflictos que se presenten. La política está inmersa en esas acciones. Allí nada es indiferente. El compromiso es compartido entre gobernantes y gobernados, alineados y no alineados. Lo abstracto que pudiera ser la utopía, puede conseguir concreción a través del diálogo, desecharlo es obra de iletrados.
El cuerpo humano tiene necesidades biológicas que de no ser cumplidas generan diversas patologías. Los acercamientos entre los diferentes factores políticos son tan naturales, como ese cuerpo con sus exigencias. La alternativa para evitar la guerra, es la paz, y esa última es posible mediante el diálogo, y ese a su vez radica sus resultados en los acuerdos. Eso evidencia que la plática es tan necesaria en la vida, como lo es el hecho de consumir alimentos. Hablar de la construcción de sociedades justas, equitativas, felices, democráticas, sin cimentar los espacios de entendimiento, es vociferar sandeces.
Los venezolanos necesitan creer en las instituciones y en el respeto a sus competencias. Profundizar en la herida abierta es endulzar el paladar a los amantes de la confrontación y el odio, que sustentan sus acciones en el radicalismo absurdo. El futuro del país depende de sus ciudadanos. El complejo mundo de gobernar y ser gobernado está suscrito al respeto a la norma establecida, asumiendo el diálogo como un antídoto al oído.
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