"La verdad hay que oírla, no importa quien la diga"
El manejo de los asuntos de Estado es un tema que nos interesa a todos los mortales, cualquiera sea su posición, desde tiempos inmemoriales; la razón es obvia, nos afectan en nuestras vidas. Haciendo retrospectiva al respecto, vemos como desde el inicio de la era cristiana, Jesús de Nazaret, fue crucificado por el Estado romano, en territorio judío, por no reconocer su autoridad, sobre todo por parte de los sacerdotes del sanedrín, quienes consideraban que con su proceder Jesús, los dejaba en entredicho, por ser a juicio de ellos un personaje sedicioso y peligroso a su poder, esto es, podía cambiar con su acción y palabra, elementos de la política; el orden legal romano de aquellos tiempos. Jesús, según el sanedrín judío, que era la élite de aquel momento, se convirtió en un agitador de masas en las regiones de Gaza y Judea, donde actuaba, para alterar el orden público; entendido como la aceptación del modo de vida impuesto tanto por romanos, como por judíos. Otros opinaban que la verdadera intención de él, era cambiar el régimen de dominación político y religioso, en lugar de salvar Almas y de eso también se le acusaba por poner en peligro la imagen y estabilidad del poder de aquel entonces. Se recuerda en ese sentido, la fiesta religiosa de la pascua judía, en donde se conmemoraba la liberación de Egipto, y que, con la entrada de Jesús a Jerusalén, levantó gran entusiasmo popular.
Entonces en las primeras de cambio de la presente opinión, nociones como la de autoridad tradicional, el considerar a un rival político o religioso como sedicioso, el alterar el orden público, poner en peligro el orden establecido o contar con un gran apoyo popular, entre otros, eran y son asuntos políticos, tratados también por representantes o voceros religiosos a lo largo del tiempo; al respecto, se me viene a la memoria el asesinato del Arzobispo salvadoreño Arnulfo Romero, en el año de 1980, cuando ejerciendo la voz de los sin voz, en ese país centroamericano, en plena liturgia fue asesinado por escuadrones de la muerte, y años después fue canonizado. El móvil de aquel infausto crimen, fue el permanente pedido de ese alto prelado católico de la Iglesia a que cesara la represión, contra el pueblo que él defendía. Monseñor animaba a la gente, con una de sus más conocidas frases: "toda persona que lucha por la justicia, que busca reivindicaciones justas en un ambiente injusto, está trabajando por el Reino de Dios", el mismo que hizo temer a los judíos en otros tiempos, y que fue asimilado por sus sacerdotes, como blasfemias o herejías, al ser señalado como un falso profeta, dado que la creencia generalizada era que el esperado Mesías, aún no había llegado.
Por esa y otras circunstancias es que los estudiosos de estos temas, como Jurgen Habermas o Rocco Pezzimenti explican en sus obras, que, este "binomio de política y religión, son en apariencia difíciles de conjugar", dado que, los hechos religiosos se explican más, dándoles una dirección preferente hacia lo espiritual, hacia la grandeza de nuestro Señor Jesucristo, y menos como hechos, producidos por el hombre mortal, para evitar disputas sobre el poder terrenal, porque en el caso particular de los judíos, ellos, no creían en la frase de Jesús de Galilea, en cuanto a que su "reino no era de este mundo", lo cual parece no fue nunca aceptado por sus aquellos, pues su intranquilidad era política. Sobre la religión en concreto, corrientes de las ciencias sociales, la consideran pertinente para comprender distintos problemas regionales o globales contemporáneos. A tal fin, el estudio de la política como una actividad propia de cada Estado o de un gobierno, permite ver la esencia de los seres humanos que actúan en los mismos, sobre cómo se relacionan con la Sociedad y con los individuos, así como el papel de la religión en la solución o atenuación de los conflictos sociales, políticos o económicos en distintos lugares y de cómo contribuye a la promoción y consolidación de la paz, valor respecto del cual, San Juan Pablo II, opinó que, el "secreto para alcanzarla era respetando los derechos humanos".
Respecto de esta opinión papal, hay diversas opiniones de la Iglesia Católica venezolana que, sin participar como actor político, aboga por el respeto a los derechos ciudadanos, como un método para solucionar de manera sincera, por la vía de la paz y el entendimiento, el actual conflicto político y constitucional que enfrenta el país, a causa de lo acontecido en las elecciones del 28 de julio, y que lo tiene en una tensión que afecta el normal desenvolvimiento de sus actividades humanas. La iglesia plantea entonces, la construcción de una sociedad fortalecida en su convivencia social y pacífica a través de la verdad. De la misma manera, se cree que, la idea central de la Iglesia católica venezolana es llevar paz, la cual por lo demás, es un valor supremo y político del Estado, que nos obliga a todos y en especial a los gobernantes, antes de ofrecerla, a "tenerla en sus corazones" como bien lo dijo también, San Francisco de Asís, pues ofrecerla sin ese propósito, se convertiría seguramente en retórica ambivalente, que más temprano que tarde, mostrará la verdaderas intenciones, de los falsos proponentes, que en lugar de honrarla con ejemplos concretos, sueltan discursos escandalosos, que más que esparcirse en los ambientes políticos, lo hacen en la psiquis de mucha gente.
De otra parte, como no recordar en estos días de tensión política, al presbítero Manuel Vicente Maya, representante de La Grita en los hechos del 5 de julio de 1810, o su incorporación en el Congreso de Valencia de 1881, de quien el expresidente Rafael Caldera, comentó que este "sacerdote enalteció con honrosas palabras el debate sobre nuestra Independencia" o el recuerdo de Monseñor Carlos Sánchez Espejo, eminente prelado tachirense, electo constituyente en el año de 1946, y que con su conocimiento sumó una nueva Constitución, que proclamaba la libertad espiritual y política del país, sobre la base de la dignidad humana, luego de tantos años de gomecismo originario y derivado, sin olvidar tampoco el aporte a la Democracia de Monseñor Rafael Arias Blanco, con su leída pastoral.
Por aquellos y otros episodios históricos, es que valoramos y respetamos en la actualidad, la visión que, del actual proceso político venezolano, ha exteriorizado el Obispo de la Diócesis de San Cristóbal, en conmemoración de las fiestas religiosas del Santo Cristo y de La Virgen de Consolación, quien habló a todo el conglomerado tachirense y del país, con una verdad sanadora y no evasiva de la realidad, pues como buen pastor, y líder social, no podía aparecer como sordo, ciego y mudo, lo que hubiese satisfecho a quienes, desde posiciones de poder, preferían verlo así; olvidando también los testimonios de diversos representantes de la Iglesia Católica que en el tiempo, han hecho en favor de la paz, la justicia y la convivencia humana en libertad, reclamos justos al poder dominante.
No obstante, lo anterior, aún se plantean por distintas visiones sobre el tema de conjugación de la política y la religión, si los religiosos católicos en especial, participan de la política, cuando emiten opiniones de esa naturaleza. Las respuestas al respecto, son bastante disímiles, por lo variadas, sin embargo, como seres humanos que son, con discernimiento y sentimiento patriótico, sería impresentable coartarles su derecho humano de opinar, sobre cualquier o cualesquiera asuntos de interés nacional o regional, por muy políticos que sean, pues a la grey de esos altos prelados, también les resulta importantísimo conocer sus opiniones, dado el respeto y lealtad que se profesa hacia ellos. Por último, conviene recordar que, la mayoría de nuestros políticos, se proclaman católicos, por tanto, que hay de malo en que a veces la voz de la Iglesia o de sus Obispos, se empinen, por sobre los lógicos errores o desviaciones humanas, que el ejercicio del poder comporta, o es que prefieren ver una iglesia callada, pasiva y arrinconada ante la opresión que viven sus fieles creyentes, no es oportuno que los líderes de ella, reclamen paz y libertad, como en el siglo pasado, lo hizo Karol Wojtyla en Polonia, contra el comunismo soviético; sin que por ello fue denostado por "fieles creyentes" del catolicismo, desagradados por sus opiniones políticas; en todo caso hay que decir que, en política las opiniones críticas de los más importantes pastores católicos, siempre deben ser bienvenidas, aunque no gusten.
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