María Cárdenas Camacho | La Prensa del Táchira-. Una tarde, a inicios del mes de diciembre de 1991, la frontera colombo-venezolana quedó completamente horrorizada cuando se descubrió a pocos kilómetros de San Antonio del Táchira, una fosa común con 19 cuerpos.
El cuatro de diciembre, cuando un hombre en el sector denominado "La Lomita" se preparaba para construir un rancho improvisado, percibió olores nauseabundos que parecían venir de la tierra, al mirar más de cerca y con ayuda de una pala removió un poco la tierra y se encontró con un brazo.
Rápidamente el obrero alertó a las autoridades y el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) se hizo presente en la escena y tras realizar varias excavaciones se encontraron con nueve fosas comunes en ocho de ellas se encontraban repartidos 19 cuerpos semidesnudos, mientras que en la última solo había ropa de las víctimas y 20 placas de vehículos de origen venezolano.
Los oficiales estupefactos y horrorizados con dicho descubrimiento alertaron a las demás autoridades, llegando al lugar la Policía Judicial de Investigación (DIJIN) y las autoridades venezolanas como la Policía Técnica Judicial y una comisión de la División de Servicio de Inteligencia y Protección (DISIP). Inmediatamente, todos los cuerpos policiales de ambos países se pusieron manos a la obra para esclarecer los brutales crímenes.
Fosas de la muerte
Los funcionarios forenses iniciaron los trabajos para determinar las identidades de cada una de las víctimas, las cuales presentaban heridas de bala en la cabeza y algunas tenían signos de tortura. Además, todos los cuerpos estaban en diferentes grados de descomposición, ya que algunos no tenían ni 10 días de ser asesinados, mientras que de otros solo quedaban las osamentas. Por otro lado, varios cuerpos estaban desmembrados y bañados en ácido haciendo más difícil esclarecer su identidad.
La zona casi inhóspita en donde se estaba construyendo el anillo vial para conectar Cúcuta con San Antonio, era un lugar ideal para un cementerio clandestino. Los oficiales comenzaron a reunir pruebas, las cuales eran muy pocas, ya que descubrieron que ninguna de las personas había sido asesinada en el sitio, además solo encontraron colillas de cigarrillos probablemente de los criminales, pero que no llevaron a ninguna parte.
Las dudas persistían en el caso y poco a poco se fueron esclareciendo las identidades de las víctimas. 16 hombres y 3 mujeres con edades entre los 16 y 57 años, todos de nacionalidad colombiana, denunciados como desaparecidos en diferentes momentos. Obreros, comerciantes, estudiantes, ingenieros, choferes e incluso una abogada, fueron identificados entre las víctimas que poco y nada tenían en común.
Cuando la PTJ analizó las placas de vehículos de origen venezolano, descubrieron que en su gran mayoría todos pertenecían a carros denunciados como robados en los estados Táchira, Zulia y Distrito Capital. Con todos estos hallazgos intervino la Interpol, que con su información empezó a esclarecer el caso a los oficiales.
La pista
La abogada de Nhora Grass García, era la principal pista. Su cuerpo fue identificado por medio de su dentadura analizada por su mismo odontólogo que enseguida identificó a la dama. A través de las investigaciones se pudo saber que Grass tenía vínculos con el narcotráfico, ya que su hermano había sido detenido en Venezuela algunos años antes, al intentar robar una avioneta para transportar cocaína hacia los Estados Unidos, además la propia abogada tuvo problemas con la justicia española por un caso de narcotráfico. Sin embargo, la mujer había regresado a Colombia y tras un viaje a Cúcuta, tanto ella como su chofer (uno de los hombres en las fosas) desaparecieron a principio de año.
Partiendo de esta pista y con ayuda de la Interpol, las autoridades policiales de la frontera consiguieron identificar a una peligrosa banda de narcotraficantes, quienes serían los autores intelectuales de los asesinatos. Según el informe policial, esta banda se dedicaba falsamente a la gestión de venta de automóviles que operaba tanto Colombia como Venezuela, pero en realidad se encargaban de distribuir drogas a diferentes países del continente.
Si bien, gran parte de los cuerpos fueron identificados, las autoridades policiales no consiguieron los nexos de las víctimas con la banda, puesto que cada uno tenía una profesión diferente y no contaban con registros criminales. Las otras dos damas identificadas eran Nohelia y Nelzy Durán, ambas hermanas originarias de Bogotá quienes viajaron a Cúcuta en noviembre para comprar mercancía navideña para vender durante las fiestas como hacían cada año, las mujeres se reunieron con Luis, Ingeniero novio de Nelzy y Manuel amigo de ambas, quienes tras realizar las compras salieron del hotel para compartir unos tragos, pero nunca volvieron. Sus cuerpos terminaron desnudos, apilados uno sobre otro en la fosa común.
A pesar de que la policía identificó a la banda responsable de los asesinatos, no hubo una justicia para las víctimas, que fueron brutalmente asesinadas y posteriormente enterradas en La Lomita. El caso poco a poco se fue olvidando y los cuerpos sin identificar fueron llevados al cementerio principal de Cúcuta, en donde sus restos descansan hasta el día de hoy.
Los datos de esta historia se encuentran resguardados en la Hemeroteca Estadal "Pedro Pablo Paredes", ubicada en la sede del Liceo Alberto Adriani en San Cristóbal.
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