Ariana Moreno | La Prensa Táchira.- La mañana del 3 de julio de 1977 tuvo lugar un escalofriante y macabo crimen en un pequeño conuco agrícola en el municipio de Lobatera que dejó a la población tachirense sumida en un profundo terror.
Víctor Manuel Silva, un joven, de 22 años, despertó en su modesta casa en el caserío Los Colorados, ubicado en una colina elevada, a unos cuarenta minutos del puesto de control de El Vallado en la ruta de Ureña a Colón. Víctor vivía en una sencilla vivienda junto a sus padres y su hermana Ángela, de 17 años.
Esa mañana, una gran emoción se apoderó de él, ya que tenía planeado viajar a Caracas para disfrutar de un paseo y buscar oportunidades laborales, tal como había escuchado que otros jóvenes de su edad habían logrado hacer.
Sus padres, Eladio Silva, de 52 años y Elba de Silva, de 46 años, intentaron persuadirlo desesperadamente de que abandonara esa idea. Le explicaron que no era conveniente, ya que carecían de los recursos necesarios para cubrir su viaje. Además, le recordaron lo importante que era su presencia en el hogar, ayudando en las tareas agrícolas. Sin embargo, desconocían el oscuro juramento que su hijo había hecho: si ellos se atrevían a contradecirlo una vez más, él los mataría. Trágicamente, este juramento se cumplió.
Víctor, en medio de una fuerte discusión con sus padres se dejó llevar por la ira y comenzó a golpearlos con fuerza, utilizando un palo que encontró en uno de los muebles de la vivienda. Luego, sin mostrar piedad alguna empuñó una machetilla que tenía en su mano izquierda y les propinó varios machetazos, hiriendo gravemente a sus padres en distintas partes de sus cuerpos. Mientras se desarrollaba esta terrible escena, su hermana Ángela, aterrada, buscó desesperadamente una salida para escapar de la muerte. Sin embargo, en su intento de huir tropezó y cayó por un barranco, mientras descendía escuchaba a lo lejos los gritos desgarradores de sus padres. Pensó que no podía hacer nada para ayudar y continuó su camino.
Sin compasión
Segundos después, el perturbado joven alzó a su padre, quien aún luchaba por su vida en el suelo, y cruelmente colocó su cabeza sobre un tronco donde se cortaban las piñas para su venta en el mercado. Sin titubear, ejecutó un solo y despiadado machetazo, decapitándolo de forma instantánea. Luego, dirigió su atención hacia su madre, quien entre sollozos y suplicando por su vida presenciaba aterrada la macabra escena. Pese a esto, Víctor Manuel repitió el mismo acto sangriento y le arrancó la cabeza de un machetazo.
Regresó al interior de la vivienda con los cuerpos decapitados para despojarlos de su ropa y apilarlos sobre la cama matrimonial que solían compartir en vida. Vació un cajón donde los padres guardaban algunos papeles y, con una macabra determinación introdujo las cabezas del padre y la madre en él. Posteriormente, destruyó por completo un altar que su mamá había dedicado a varias imágenes religiosas que eran iluminadas por una vela. Y finalmente se echó a dormir.
Pasaron algunos minutos hasta que llegó el corregidor de la aldea Macario Porras Pérez, quien con la ayuda del dueño de una bodega cercana lo despertaron, lo sujetaron y lo amarraron a un lazo para llevarlo hasta la Policía de Colón, en el municipio Ayacucho. Numerosos lugareños se hicieron presentes frente a la vivienda para observar la escena del crimen: en el corredor estaban los rastros que dejaron los cadáveres cuando fueron arrastrados, el tronco donde cortaban las piñas estaba bañado en sangre; así como unas piedras utilizadas para afilar los instrumentos de labranza, de las cuales se presume que Víctor tomó luego del asesinato.
Había advertido
Ángela, la hermana del criminal, fue quien dio aviso al corregidor. Permaneció durante varias horas en una casa vecina, según los lugareños la adolescente no lloró ni se mostró angustiada en ningún momento por la terrible tragedia ocurrida a su familia. Confesó a los periodistas de aquel entonces que sabía que algo estaba a punto de ocurrir, ya que en varias oportunidades su hermano le había advertido que si sus padres lo volvían a regañar los mataría. "En la mañana despertó así y yo presentía que algo iba a hacer; por eso estuve pendiente y cuando comenzaron a pelear decidí salir corriendo", dijo.
La adolescente relató a los medios de comunicación que Víctor siempre creía que cuando sus padres lo llamaban, era para regañarlo. "Mire como dañó todo, rompió unas fotografías que teníamos de las vírgenes", mencionó en cuanto a los destrozos que causó en la vivienda donde llevó a cabo el horrendo crimen. Asimismo, aseguró que con sus padres muertos y su hermano en la cárcel se iría a Ureña, San Antonio o San Cristóbal a trabajar como doméstica. "No quiero seguir viviendo aquí. Tampoco tengo quién me dé de comer", manifestó.
Horas más tarde del suceso, el homicida fue trasladado a la sede policial de San Juan de Colón y luego llevado por una comisión del Cuerpo
Técnico de la Policía Judicial, encabezada por el inspector Carlos Olivares a la delegación de San Antonio del Táchira. Durante su estancia allí permaneció esposado y tuvo algunas conversaciones con periodistas, mostrando en ocasiones angustia y en otras llegando incluso a reír. Admitió haber planeado todo con la intención de eliminar a aquellos que lo regañaran en el futuro. "Yo quería ir a Caracas y ellos no querían dejarme ir, por eso los maté", les dijo.
Los periodistas describieron al asesino como un hombre alto, de aproximadamente 1,80 metros de estatura, con cejas pobladas y gestos rústicos. Vestía una camisa y pantalón color caqui, pero se negó a ponerse las alpargatas cuando el corregidor fue a arrestarlo y se dio cuenta de que era el centro de atención de todas las miradas; tanto de los individuos que estaban en los calabozos cercanos como de las mujeres encerradas en una celda frente a la suya, y también de los agentes policiales. Al percatarse de la situación, les preguntó: "¿Esto no es la penal, verdad?". No mostraba ningún signo de arrepentimiento e incluso dijo que mataría a su hermana si se hubiera involucrado.
Aunque nunca fue a ningún otro lugar fuera de Los Colorados, los investigadores consideraban posible que haya escuchado hablar de la cárcel de Santa Ana en algunos lugares donde solía beber, debido a que el joven acostumbraba tomar cervezas y "cachicamo" que vendían ilegalmente en algunas viviendas del pueblo; sin embargo, el bodeguero José Elías Colmenares, quien ayudó al corregidor a capturar al doble homicida, dijo que el día del crimen, Víctor Silva estuvo en el establecimiento al mediodía, pero no bebió licor.
Colmenares dijo lo siguiente: "Víctor Manuel bajaba de vez en cuando, se tomaba unas cuantas
cervezas, pero sólo rara vez hablaba con alguien". Además, informó que algunas veces estuvo arrestado por pelear con algunos clientes. "Le gustaba pelear bastante", añadió.
Cuando el homicida se sintió en confianza dentro del calabozo, confesó brevemente cómo arrebató la vida a sus padres. "En primer lugar, los golpeé con un palo, pero luego agarré un machete y continué atacándolos", reveló. No dijo más, y se cubrió el rostro con los dedos manchados de la sangre seca de su madre y padre.
¿Era un psicópata?
Sobre Víctor Manuel Silva comenzaron a entrelazarse una serie de suposiciones que llevaban a reflexionar en cuanto a su estado mental. Los residentes de Los Colorados comentaron que el parricida era un joven sin educación, que nunca había ido a la escuela y mucho menos había visto un libro, además de que durante toda su vida había estado completamente apartado del mundo exterior.
Desconocía el concepto de una fotografía, hasta que los reporteros le mostraron la suya en el periódico. Para él, poder verse en una foto era algo fantástico, a tal punto que les pidió una copia. El hombre contó un poco sobre su vida, reveló que creció trabajando en el cultivo de piñas junto a su padre, Eladio Silva. En un momento le dio un terreno para que desarrollara su propio cultivo y pudiera venderlo para sustentarse. Sin embargo, las cosas no salieron bien y su padre le quitó el terreno, por lo que tuvo que seguir ayudándolo y conformándose con la comida y los pocos bolívares que le daba de vez en cuando.
Vivía en una casa rústica, de paredes de bahareque y con una cerca de alambre en la entrada. El matrimonio campesino se dedicó al cultivo de piñas desde que el padre, Eladio Silva, dejó de ser jornalero en las fincas cercanas, y con sus ahorros adquirió el pequeño conuco.
Después de los rumores sobre la salud mental de Víctor, los funcionarios policiales descubrieron que el joven había sido internado en el Instituto Psiquiátrico de Peribeca en dos ocasiones y en ambas se escapó.
Víctor Silva relató que la primera vez su padre lo obligó a subir a un automóvil para ingresarlo en el hospital psiquiátrico, donde permaneció por algunos días hasta que se escapó trepando por una pared. Cuando se le preguntó cómo llegó a casa, dijo que caminó y caminó por la montaña durante tres días, hasta llegar a la carretera. En la segunda ocasión, mencionó que se escapó por la mañana del centro psiquiátrico y para la noche ya había llegado a su destino.
A pesar de estar recluido en un calabozo parecía no ser consciente de su situación. Algunos afirmaban que su rostro revelaba su demencia y que, por lo tanto, no era responsable de sus acciones debido a su falta de capacidad mental.
Dudas
Sin embargo, otros sostenían lo contrario, argumentando que este era un claro caso de simulación de locura, ya que Víctor Manuel Silva no era un loco, dado que llevó a cabo el horrendo acto paso a paso: los golpeó con un garrote, se armó con un machete y les causó graves heridas, pero al percatarse de que aún estaban con vida, los decapitó.
Ante esta situación, el jefe del Cuerpo Técnico de Policía Judicial afirmó que en casos como este era necesario proceder con extrema cautela e investigar a fondo, ya que no se podía determinar a simple vista si un individuo que había cometido un acto escalofriante, repugnante y monstruoso era una persona con problemas mentales.
El funcionario se refirió a un caso en Uribante, donde fueron halladas tres personas muertas, dos mujeres y un hombre que fueron brutalmente asesinados con hachazos en un acto que parecía haber sido cometido por un demente. Sin embargo, el responsable de este crimen había sido un exagente de la Policía Militar que no padecía trastornos mentales.
Los medios y las autoridades de aquel entoncesconsideraron un error calificarlo como desequilibrado mental sin un reconocimiento médico, por lo que solicitaron realizar un examen médico o recuperar el expediente del Instituto Pisquiátrico de Peribeca, para ver cuál era el estado del joven. Pese a esto, no se logró conocer cuál fue el resultado y tampoco se sabe si el asesino fue enviado a prisión o ingresado nuevamente al centro psiquiátrico.
Los datos y fotos de esta historia criminal se encuentran resguardados en la Hemeroteca Estadal Pedro Pablo Paredes, ubicada en la sede del antiguo Liceo Alberto Adriani en San Cristóbal.
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