LIBERTAD DE PENSAMIENTO Y DISIDENCIA

Desde la antigüedad y hasta el advenimiento de la política moderna que inauguraron las grandes revoluciones occidentales, la naturaleza del conflicto político y las formas de resolverlo o atenuarlo fueron objeto de atención de parte de interesados en el tema. Ello porque el ideal político de las sociedades antiguas radicaba en la realización de una sociedad unida y pacificada en la que participar era ante todo afirmarse como miembro de una comunidad. Hacer lo contrario, no se consideraba como una cualidad social, ya que se rompía la armonía de la comunidad. Con la evolución de la humanidad y en especial en Francia, Inglaterra y Estados Unidos se proclamó la libertad de pensamiento o libertad ideológica, que permitió a los ciudadanos expresar diversas ideas sobre la manera de organizarse una sociedad, sobre la manera como se conduce un Estado o respecto de cualquier asunto que revistiese interés colectivo. 

En un sistema político como el venezolano, tan diverso y complejo, no es sencillo procurar aglutinar en un solo sector político, las distintas posiciones o ideas sobre la naturaleza o caracterización del conflicto humanitario que padecemos desde hace años. Al respecto, nuestro sistema político exhibe multiplicidad de comportamientos, creencias, normas, actitudes y valores que mantienen o alteran nuestra difícil realidad política, la que, por ser común a nuestros ciudadanos, suscita muchas reacciones o conductas. Lo anterior pasa por aceptarse que en política existe la disidencia o discrepancia como una de las expresiones de la libertad de pensamiento, sin que por esa circunstancia nadie pueda ser perseguido, estigmatizado o molestado, por sus opiniones o creencias. 

Ahora bien, las discrepancias o disidencias políticas realmente deben entenderse como actitudes que no necesariamente están dirigidas contra algo o contra alguien, sino que más bien, implican un desacuerdo o marcar distancia en relación a un poder o a una autoridad política; una disidencia democrática no entra en conflicto directo en donde el ataque ad hominen sea lo prevalente; en este caso lo lógico es que se trate de buscar otros métodos o vías respecto de aquello que originó el alejamiento. Disidencia no es oposición de la oposición, sino plantear otros argumentos en relación a un determinado hecho o hechos, respecto de los cuales no hay acuerdos. Lamentablemente el fanatismo político en estos tiempos, ha llevado a que el término disidencia haya sido degradado y respondido con insultos, injurias, calumnias y otras descalificaciones que desdicen de las personas que lo hacen

Entre un régimen autoritario como el que padecemos y una democracia, es la libertad de pensamiento que pueda manifestar disidencia, la diferencia fundamental, con ese tipo de autoritarismo hegemónico. La disidencia democrática no puede ser castigada con el fenómeno que Alexis Tocqueville desde hace más de una centuria denominó el "despotismo inmaterial" al observar que en la sociedad norteamericana se desplegaba un espíritu cortesano de adulación a la opinión de la mayoría aún a costa de la propia opinión. De esa manera el despotismo inmaterial podía lograr desactivar el potencial crítico y la eficacia política de la participación. En ese sentido, un grave riesgo de las democracias despóticas, es la tiranía de la mayoría, sobre la opinión pública aun cuando es bien sabido que en la política al igual que en las ciencias sociales, no hay verdades absolutas o inmodificables. 

La libertad de pensamiento y la disidencia no pueden entonces enfrentarse con una opresión frenética, pues la misma como bien lo señaló Platón es una forma desdichada e imperfecta de hacer política, que con el paso del tiempo se constituyen en círculos viciosos nada edificantes. Por último, conviene recordar que un régimen democrático, así como su restablecimiento, se asocia a un ánimo que muestra una pasión desmedida por la libertad, la cual en su búsqueda puede llevar a extremos de arbitrariedad absoluta y de plena vanidad, en donde sólo pretenden prevalecer ciertas opiniones individuales, lo que hace que se desdibujen todas las pretensiones de orden y de legitimidad que requiere esa la lucha social y política. En semejantes circunstancias no se reconocen obligaciones, sólo el capricho de hacer lo que cada quien quiera, por la ausencia de una conducción colectiva racional, mesurada y responsable, que puede generar más anarquía o tiranía.

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