Ariana Moreno | La prensa Táchira.- Luis Alberto Barrueta, un conductor que operaba en la línea de taxi Táchira y La Veloz, en la calle ocho frente a la plaza Bolívar en Rubio, municipio Junín, se encontraba de turno a eso de las seis de la tarde del 24 de diciembre de 1972, cuando fue llamado al Hotel Hamburgo para transportar a dos clientes. Al llegar, un hombre alto, delgado y rubio se acercó y le preguntó el precio del viaje a El Tambo, a lo que Barrueta respondió que serían 10 bolívares.
"¿Y si por ejemplo tenemos necesidad de regresar, cuánto nos cobraría en total?". Veinte bolívares", le contestó el chofer. El hombre flaco sonrió y subió al asiento delantero, y el otro sujeto que lo acompañaba se ubicó en el asiento posterior del automóvil Plymouth, placas TA-17-85. Antes de llegar a la casilla policial próxima a la entrada a El Corozo, el copiloto apuntó con un revólver a la sien derecha del taxista, mientras que su compinche le colocaba el cañón de otra arma en la nuca, diciéndole que se corriera hacia el centro del puesto delantero.
Sin tener cómo defenderse, el conductor le cedió el volante e inmediatamente el delincuente tomó el puesto y en esa posición pasaron la alcabala, donde saludaron tranquilamente a uno de los guardias nacionales.
En el desvío hacia La Petrólea le ataron las manos, le colocaron un trozo de cinta adhesiva sobre su boca para impedir que gritara y usaron otras tiras para taparle los orificios nasales. Después, lo hicieron bajar y lo obligaron a entrar en el baúl, diciéndole que se quedara en ese lugar hasta la una de la madrugada y que si se movía lo matarían. También le aseguraron que iban a robarse cuatrocientos mil bolívares de una finca y que si lograban algo "bueno", podría ser que lo dejaran con vida.
Era una pandilla
Luis Alberto Barrueta advirtió que los criminales hicieron varias paradas, y en cada una embarcaban a una persona, hasta completar a cinco el grupo de pandilleros. Escuchó que uno de los que subió dijo: "este auto qué nuevo está, es el que nos sirve". Los individuos siguieron movilizándose por algunos minutos hasta que se estacionaron frente a un negocio donde se oía una rockola de fondo.
A los 30 minutos escuchó dos disparos que parecían provenir del establecimiento. En ese momento, Barrueta pensó que lo que sea que hubiesen hecho les salió mal y que lo matarían; sin embargo, los cinco hombres volvieron a subir al vehículo "muertos de la risa" y emprendieron marcha a toda velocidad. Uno de ellos pidió regresar a Rubio para ir a un bar, donde estuvieron hasta la una de la madrugada.
Más tarde se conoció que lo que sucedió en ese lugar fue un ajuste de cuentas en el que un hombre resultó con una herida perforante en el pecho.
Al salir, se dirigieron al asentamiento campesino El Rodeo, ubicado en la aldea El Jagual, municipio Junín. Este poblado contaba con una extensión de terreno de 8.5 hectáreas, que en su inicio pertenecieron al Instituto Agrario Nacional, y que tras la caída del general Marcos Pérez Jiménez pasó a la Unión de Productores "El Rodeo".
Los hombres pasaron por lo menos unas diez veces por la entrada de la hacienda para confirmar que nadie estuviera vigilando. El auto se detuvo, y se quedaron algunos del grupo escondidos en una zona boscosa. Finalmente entraron a la propiedad donde fueron detenidos por el obrero Pedro Caicedo, quien les preguntó qué deseaban, a lo que los hombres respondieron que buscaban al tesorero de la junta directiva de la Unión de Productores de nombre Juan de la Cruz Peña. El campesino observó que los sujetos traían consigo una caja, como si se tratara de una encomienda, por lo que los dejó pasar y les señaló la vivienda del tesorero; sin embargo, notó en ellos una actitud sospechosa que lo hizo dudar de sus intenciones.
Se estacionaron y tocaron la puerta de una de las viviendas. Ángela Aurora, esposa del tesorero, les dijo que el hombre al que buscaban no estaba y les sugirió que regresaran al amanecer. Pese a su negativa, los hombres insistieron en ver a Peña porque le traían una supuesta encomienda desde Caracas para la mamá del tesorero nombrándola Paulina. En ese momento la mujer dudó porque su suegra no se llamaba Paulina, sino Ana Paula, "ya les dije que él no está, por favor vuelvan más tarde", reiteró.
Los sujetos le respondieron nuevamente que traían un paquete desde Caracas y no se podían ir sin entregarlo, debido a que esa misma noche regresarían a la ciudad capital.
Asalto a El Rodeo
Cuando la señora abrió la puerta dos hombres penetraron violentamente en la vivienda, sacaron dos revólveres y una escopeta para proceder a buscar a Juan de la Cruz Peña, hasta ubicarlo en su habitación. Uno de los delincuentes trató de someterlo con el arma, pero el tesorero lo impidió rápidamente y logró huir por una de las ventanas de su alcoba.
Al observar lo sucedido, dos maleantes comenzaron a golpear a la señora, tomándola por el cabello para intentar llamar la atención del fugitivo; sin embargo, Peña no regresó. Ataron a la mujer y le preguntaron dónde estaban los cuatrocientos mil bolívares que iban a ser repartidos en unas horas a los 84 socios de ese asentamiento. Entre gritos y llanto la señora aseguraba no saber del paradero de este dinero y que su esposo no acostumbraba a rendirle cuentas de su trabajo.
A los gritos de la señora acudió el obrero Pedro Caicedo, quien avistó a los hombres al entrar. Se detuvo cerca del vehículo Plymouth color blanco y se dispuso a anotar el número de placa del automóvil en una de las paredes de la casa. En ese momento, apareció otro obrero llamado Agustín Moreno Márquez y le dijo que iba a entrar para ver qué era lo que estaba sucediendo. Mientras terminaba de escribir el número de placa, Pedro Caicedo oyó tres disparos, entonces creyó que habían matado al tesorero, pero cuando fue a averiguar lo ocurrido, los hombres salieron y le ordenaron quedarse quieto o lo matarían. Una vez lejos entró a la vivienda y observó a Ángela presa de los nervios junto al cadáver del obrero Agustín Moreno Márquez, quien fue baleado apenas entró al corredor de la casa.
Al sitio se hicieron presentes funcionarios del antiguo Cuerpo Técnico de Policía Judicial que hicieron el levantamiento del cuerpo de la víctima, de 36 años de edad, nacido en Las Dantas, municipio Bolívar y que residía desde hace muchos años en el asentamiento El Rodeo. La autopsia de ley que realizaron en la morgue del Hospital Central de San Cristóbal confirmó que Agustín murió a causa de una herida de bala en el lóbulo parietal izquierdo del cerebro, además de sufrir heridas en el brazo y en la región pectoral.
La muerte de este hombre causó ira en los habitantes de este poblado, quienes reprochaban a la directiva de la asociación el por qué los delincuentes tenían conocimiento del dinero que se iba a entregar a los productores para el disfrute de la época decembrina. En conversaciones con los medios de comunicación de la época, los obreros de la hacienda El Rodeo expresaron que en varios momentos habían intentado asaltar el lugar y pese a las advertencias, los propietarios no tomaron cartas en el asunto.
Robo frustrado
El grupo de delincuentes huyó del lugar al cometer el asesinato, sin llevarse el dinero. Según contó Alfonso Hernández, presidente de la Unión de Productores El Rodeo, el dinero no estaba en poder del tesorero porque él se lo había llevado a su casa, ubicada en el mismo asentamiento para mejor resguardo y seguridad.
Los delincuentes buscaron por toda la casa del tesorero y al darse cuenta que el dinero no estaba ahí, subieron al vehículo y abandonaron el poblado a alta velocidad. El taxista Luis Alberto Barrueta aún en la maletera logró percatarse que los asaltantes se detuvieron en el trayecto para embarcar a los compinches que habían dejado, diciéndoles que habían fracasado.
Expuso el secuestrado que los sujetos se desplazaron a no menos de 150 kilómetros por hora. Al pasar por la alcabala de Las Dantas, que está a la salida de Rubio, dijeron al guardia nacional de custodia que ellos venían de Caracas, continuando su viaje. Luego, se detuvieron en una estación de servicio cercana y abastecieron diez bolívares de gasolina al auto, según dijo su dueño, quien para ese momento ya estaba casi sin conocimiento y que con mucho esfuerzo retiró uno de los tapones de los orificios que sirven para sacar la tierra donde se acumula en el guardamaletas. Sobre ese orificio colocó la nariz luego de retirarse el adhesivo que tapaba las fosas nasales.
Los hombres prosiguieron su camino vía la frontera entre Venezuela y Colombia. A un kilómetro de la alcabala de Peracal en San Antonio del Táchira, detuvieron el automóvil y abrieron el portamaletas. Uno de los asesinos miró al taxista, sacó el revólver que portaba y trató de ultimarlo, pero otro sujeto a quien le decían el "Tuerto" le dijo que no cometiera ese crimen. "Es una jugada muy sucia, ese hombre está ya muerto por asfixia".
Cerraron nuevamente la maleta y abandonaron el lugar. Afortunadamente, otro chofer llegó a la alcabala de Peracal y dijo que había divisado en la vía un auto abandonado, en el que alguien parecía emitir golpes desde el interior del portamaletas, pero que como no tenía cómo abrirla siguió en busca de ayuda.
Los funcionarios llevaron el auto hasta aduana, en donde violentaron la tapa y lograron trasladar al conductor hasta el hospital de Cúcuta para ser atendido.
La captura
En este momento ya la Policía estaba al tanto del asalto y el homicidio por lo que se dirigieron hasta la frontera en busca de los cinco sospechosos.
Cuando el grupo de asaltantes se disponía pasar a Colombia fueron vistos por un ciclista que detectó una actitud sospechosa y dio la alerta a la Guardia Nacional. Tres de los delincuentes lograron escapar y dos fueron alcanzados por un sargento, a quien intentaron lanzarle una granada. Finalmente, los dos hombres fueron detenidos, entre ellos se encontraba el cabecilla de la banda que fue identificado como Pedro Vargas, nacido en la ciudad de Barranquilla, de 28 años, decía ser tapicero y residir en Cúcuta.
Tenía antecedentes en Colombia. Según el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), Vargas era buscado por la justicia de ese país por falsificación de billetes y robo a bancos. Al ser interrogado, el delincuente confesó que fue él quien ultimó de tres tiros al trabajador agrícola.
El otro sujeto, Adolfo Uribe Gómez portaba tres granadas fragmentarias fabricadas en Colombia, una escopeta y un revólver. Al igual que su jefe, contaba con un amplio registro criminal que iba desde el robo a mano armada hasta el intento de homicidio. Gómez tenía 26 años, nacido en la parroquia San José de la Montaña del departamento colombiano Norte de Santander, Colombia, dijo ser estudiante y vivir también en Cúcuta. En el auto robado se hallaron dos placas de vehículos particulares que aparecían solicitadas por las autoridades de Valencia, estado Carabobo.
Mala racha
A raíz de este suceso, la Unión de Productores fue perdiendo a sus socios y el recuerdo de este trágico suceso les hizo querer vender los terrenos de la hacienda El Rodeo, cuyos orígenes se remontan a la fundación de la población de Rubio. Muchos creen que este lugar ha tenido funestos desenlaces a raíz de su paso por las manos de varios gobernantes desde 1927.
En 1958, la hacienda pasa a ser nuevamente propiedad de la nación, específicamente del Instituto Agrícola Nacional y se funda una comisión originaria llamada "Unidad de Productores El Rodeo" integrada por campesinos que pasaron a ser socios de esta asociación civil.
Luego de estos acontecimientos, poco a poco los terrenos comenzaron a ser vendidos y donados. Cerca del lugar del crimen funciona actualmente la Escuela Granja Bolivariana "Prof. Marco Tulio Rodríguez" y el resto del terreno fue usado para construir lo que hoy constituye la urbanización Misia Julia.
Los datos y fotos de esta historia criminal, se encuentran resguardados en los archivos de la Hemeroteca Estadal "Pedro Pablo Paredes", ubicada en la sede del antiguo Liceo Alberto Adriani.
Descarga nuestra app aquí o escanea el código QR