Ariana Moreno | La Prensa Táchira.- A las cinco y quince minutos del día 12 de octubre de 1965, Urbano Rodríguez Díaz, de 50 años, llegó al barrio La Popita del municipio San Cristóbal en busca de su ex pareja de 32 años, Inés Rosales. Descendió de un carro por puesto y, tambaleándose por los efectos del alcohol, ingresó a la vivienda No 1-149. Allí encontró a la mujer sentada en una silla, sosteniendo sobre sus piernas a su hija Blanca, una bebé de tan solo 10 meses de edad.
Una vez frente a ella, Urbano Rodríguez le dijo con determinación: "Inés, vengo resuelto a que regreses conmigo y si te niegas, te mato". Ella, acostumbrada a ese tipo de amenazas, no le dio mucho crédito a sus palabras y le respondió: "sabes que no regresaré contigo, aunque eso me cueste la vida", mientras continuaba acariciando a su pequeña hija Blanca. Al darse cuenta que la mujer estaba decidida a no volver con él, Urbano metió la mano en su cintura y extrajo una filosa cuchilla y sin pensarlo dos veces, le infirió una herida en el pecho a Inés. El arma también alcanzó a cortar el muslo izquierdo de la pequeña.
Ramón de 11 añoshijo mayor de la víctima, presenció todo. Horrorizado e impotente contó que su mamá, al verse herida, le entregó a la niña y comenzó a correr hacia la parte posterior de la vivienda con la intención de pasar una pequeña cerca y ponerse a salvo del enfurecido hombre. Sin embargo, al intentar saltar la reja, tropezó con un alambre y cayó al suelo. El sujeto aprovechó la caída para infligir otras dos salvajes cuchilladas, una en la región toráxica y otra en la espalda, que acabaron con la vida de Inés pocos minutos después.
Huida
El homicida aún con la cuchilla en mano, salió corriendo hacia la calle por una de las casas vecinas para abordar el vehículo en el que había llegado, pero un joven de unos 16 años de edad se percató de lo que acababa de suceder y trató de impedir que se llevaran al 8homicida. Sin embargo, Urbano Rodríguez agarró al conductor por la nuca con una mano y con la otra, en la que aún empuñaba el arma ensangrentada, lo amenazó y obligó a proseguir la marcha fuera del lugar de los acontecimientos.
Unas pocas cuadras más abajo, el chofer logró que el criminal abandonara el automóvil. Dirigiéndose rápidamente al comando de policía más cercano donde procedió a notificar lo ocurrido, mientras la comunidad se veía sumida en un mar de terror y desesperación por el fatídico hecho. Mientras una comisión del antiguo Cuerpo Técnico de Policía Judicial, se encargaba del levantamiento del cadáver y su traslado a la morgue del Hospital Central de San Cristóbal para la autopsia de ley, otro grupo de efectivos se daban a la tarea de averiguar el paradero del asesino.
Según información recopilada por medios de comunicación de la época, Urbano Rodríguez Díaz e Inés Rosales vivieron durante más de 12 años en la casa número 10 de la calle principal del barrio Ruiz Pineda, cerca de la Unidad Vecinal, donde compartieron una compleja vida conyugal y tuvieron seis hijos.
Fermina Rosales, hermana de la víctima, aseguró que Inés sufría de un constante maltrato físico y verbal por parte de su expareja. Urbano era oriundo de la población de Rubio en el municipio Junín, y trabajaba como zapatero en la capital tachirense. Se dice que frecuentemente llegaba a la casa borracho, en busca de problemas.
Los testigos relatan que Inés Rosales decidió irse a vivir dos meses antes de su muerte, a la casa de su señora madre de nombre María Rosales, en el barrio La Popita. Según familiares de Inés, la joven se separó del padre de sus hijos, producto de los maltratos que continuamente sufría. En varias ocasiones el criminal había hecho presencia en la vivienda para obligarla a regresar con él sin obtener respuestas positivas. La noche del crimen, Urbano Rodríguez Díaz estuvo consumiendo alcohol en varios lugares de la ciudad antes de dirigirse a la residencia de la familia Rosales. Su intención nuevamente era persuadirla para que regresara a su hogar con sus seis hijos. Sin embargo, la rabia del despiadado hombre fue un factor determinante en este trágico desenlace.
Ramón, de once años; Samuel, de nueve; Daniel de ocho; Freddy, de cinco; Luis de dos años y Blanca de apenas diez meses de nacida, quedaron en la orfandad producto de este violento hecho.
Detención
Unas 15 horas después del horrendo crimen, llegó a la sede de la Policía Técnica Judicial en San Cristóbal, un hombre que aseguraba haber visto al presunto asesino a tempranas horas de la mañana del 13 de octubre por los alrededores de la Unidad Vecinal. Inmediatamente, una comisión se dirigió a la zona en busca del sospechoso.
Tras un minucioso recorrido, lograron su captura en un terreno baldío cerca de su domicilio situado en el barrio Ruiz Pineda, donde se presume que se escondió durante toda la noche. El monstruoso asesino fue llevado a la comandancia para ser interrogado y posteriormente ser acusado por tan abominable crimen que dejó conmocionado a la localidad de La Popita, por la trágica manera en la que se desarrolló el suceso.
Los datos de esta historia criminal se encuentran resguardados en los archivos de la Hemeroteca Estadal "Pedro Pablo Paredes", ubicada en la sede del antiguo Liceo Alberto Adriani, municipio San Cristóbal.
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