Los datos detrás del primer motín del Táchira

Ariana Moreno | La Prensa Táchira.- La tarde del 17 de agosto del año 1974, guardias nacionales, policías, bomberos, familiares, periodistas y curiosos se concentraron en las adyacencias de la antigua Cárcel Modelo o Cárcel Nacional de La Concordia para presenciar un hecho sin precedentes en la historia del sistema penitenciario del Táchira. 

Horas antes, los más de 800 delincuentes recluidos en este penal se rebelaron en contra del orden establecido y como protesta por la falta constante de comida. Lo que comenzó como una simple demanda, dio paso a que ocho presos frustrados planificaran tomar el control de la cárcel por medio de la violencia. 

En la penumbra de sus calabozos, estos criminales con condenas de más de 30 años (por atracos, asesinatos, porte ilícito de arma y secuestros) decidieron secuestrar al director de la cárcel, Luis Arcadio Rueda Chacón y a un funcionario del Ministerio de Justicia, Rafael Ochoa Castro. 

Según relatan medios de comunicación de la época, los sujetos aprovecharon el caos que había producido el motín para tomar como rehén a Rafael a punta de cuchillo. Luego, el director de la penitenciaría asistió prácticamente a una cita con la muerte, al responder al requerimiento de estos presos que lo llamaron y le dijeron que fuera al sector de la cocina porque lo necesitaban con urgencia. 

Un recluso le había advertido del peligro. "No baje don Luis, lo van a matar. Ellos planearon el motín", decía. Sin embargo, Luis Arcadio Rueda se confió y minutos después todo se convirtió en una pesadilla. Los presos lo hicieron su prisionero en compañía del comisionado del Ministerio de Justicia.

El comedor se había convertido en el epicentro del terror. El director de la cárcel gritaba: "¡No me dejen matar!", mientras uno de los reos lo amenazaba con un picahielo. Cuando un guardia trató de penetrar para rescatar a los rehenes, Luis Arcadio se olvidó de todo, hasta de su propia vida para advertir al militar. "No entre mayor, lo van a matar, tienen chuzos", repetía. 

En ese instante, un silencio sepulcral que duró más de tres minutos se sintió en el área ocupada por los secuestradores y prisioneros. Los periodistas de aquel entonces, asumen que los captores lo dominaron y le taparon la boca.

Muy pocos podían saber qué pasaba en el interior donde ocho crimina les estaban dispuestos a lograr la libertad a costa de la vida de Luis Arcadio Rueda Chacón y Rafael Ochoa. Para poder liberar a estos dos funcionarios, exigieron un autobús y armas para trasladarse hasta San Antonio y de ahí emprender su huida hacia Colombia. 

Una hora después de conocerse la noticia, llegaron a la cárcel dos hermanos de Luis Arcadio Rueda, quienes intentaron entrar a donde se hallaban los presos con los rehenes, pero la Guardia no les permitió entrar.

Control

En las demás áreas del penal los custodios intentaban dominar al resto de los reos. El Ejército entró a la cárcel y con dispositivos especiales lograron controlar a los presidiarios que días atrás pedían mejores condiciones.

La mayoría de reclusos fueron llevados a sus celdas sin darles comida como castigo por la revuelta. Los presos de algunos de los patios pidieron que se les dejara entrar comida, pero los guardias se negaron y establecieron un toque de queda en el penal. 

No sólo de las garitas se controló la situación, sino que los guardias se ubicaron también en los techos del establecimiento. A escasos metros de la cocina, los militares establecieron un puesto de defensa, donde se escuchaba con mayor claridad los gritos de los rehenes y las amenazas de los secuestradores. 

"Tenemos una granada", decían continuamente, así como lanzaban injurias contra el director y el inspector. Alrededor de las siete de la noche, la voz del director de la cárcel se escuchó una vez más: "cuidado coronel, estos hombres están regando kerosene, nos van a quemar". En ese momento los presentes se llenaron de pavor y angustia. Los bomberos se apostaron por la carrera 4 y se preparaban para combatir las llamas en caso de que los presos prendieran fuego, pero afortunadamente no ocurrió nada. 

Entre las ocho y nueve de la noche, los ocho secuestradores intentaron abrir un boquete en una de las paredes que daba al depósito de alimentos para apoderarse de galletas y refrescos. 

A las 11 y 35 minutos de la noche, la situación seguía siendo peligrosísima para los secuestrados. A las afueras del penallos efectivos de seguridad y los periodistas se mantenían a la espera de lo que pudiera suceder.

En horas de la mañana del otro día se comenzaron a dar los primeros pasos para poner en marcha un plan de rescate de los prisioneros. A las tres de la tarde se incrementaron las medidas de seguridad y el número de soldados creció sorpresivamente. Unos 15 minutos después, ambulancias militares y civiles se hicieron presentes en la parte frontal de la cárcel. Se vio llegar a un equipo de médicos del Hospital Central encabezado por su director, el doctor Joel Contreras. En los rostros se notaba la tensión e inmediatamente una radio local lanzó un extra sobre lo que estaba registrándose en el exterior de la Cárcel Nacional de La Concordia. 

El plan que se había trazado para rescatar a los rehenes y reducir a los presidiarios falló por una serie de circunstancias en las que privó fundamentalmente la falta de comunicación con los periodistas. Se dice que los delincuentes alcanzaron a oír lo que planeaban los militares a través de los medios de comunicación. 

Fernando Gallego, el sujeto de alta peligrosidad que dirigía el grupo de presos, manifestó cínicamente con fuertes gritos que estaba dispuesto a dar el todo por el todo. "Tengo ocho muertos encima, qué son dos más", decía. Este hombre de nacionalidad colombiana les hizo saber a los funcionarios que pretendía salir de cualquier forma y que sólo liberaría a los rehenes si les traían las armas, la munición y el bus que solicitaron. 

Durante todo el tiempo, este delincuente estuvo dominando al grupo que estaba bajo sus órdenes. Alguien de los presentes le gritó: "Gallego entréguese y nosotros le garantizamos su vida, no habrá represalias". El antisocial respondió: "Con ese cuento a otro". 

A medida que pasaban las horas se fueron produciendo serias discrepancias entre el grupo de delincuentes que se encontraba en la cocina del penal. Unos pensaban que se debían entregar y otros decían que si se "aflojaban" los iban a matar. Pese a esto, el Gobierno de la época no estaba dispuesto a negociar. Jesús Varela, fiscal del Ministerio Público, expresó que los presos también estaban protestando por un retardo procesal, pero que esto era falso porque a su juicio los procesos de estos presos eran los que más adelantados se encontraban. 

Rescate

Aproximadamente a las cinco de la tarde se dio inicio a otro intento por rescatar a los rehenes. Decenas de soldados fueron apostados en los patios y pabellones de la Cárcel Nacional, en las esquinas se redobló la vigilancia y el cordón de seguridad fue extendido hasta mucho más allá de la quinta avenida. 

Luis Arcadio Rueda fue obligado a salir y con un chuzo en la espalda lo forzaron a decir que les entregaran el autobús y las armas, y que no siguieran con la operación porque lo iban a matar. En ese instante, una contraorden hizo que las tropas fueran retiradas para evitar derramar sangre. Los reclusos desesperados también se apoderaron de un preso de confianza que atendía la cantina y con un espejo observaban a aquellos que pretendían acercarse. 

Finalmente, a las 6:45 minutos de la mañana del 19 de agosto se dio fin a la pesadilla por la que atravesaban los funcionarios, quienes tenían más de 36 horas en poder de ocho reclusos que los secuestraron. Dos pelotones tomaron posición dentro y fuera del penal. Se ubicaron en las garitas con bombas lacrimógenas, mientras las ambulancias eran metidas a toda prisa a un garaje que da al patio principal del penal.

Todos estaban tensos y esperaban el momento para entrar en acción. Se trató de persuadir a los secuestradores, pero los sujetos no aceptaron razones de ninguna especie. Bombas lacrimógenas fueron lanzadas a la celda donde estaban atrincherados los hombres. Todo fue confusión entre los prisioneros que estaban preparados para ser atacados en cualquier momento. 

La rapidez con que se efectuó el procedimiento los tomó por sorpresa y sólo lograron salir con sus chuzos para hacer frente a los efectivos militares.

El primero en salir fue el director del penal, Luis Arcadio Rueda, quien fue empujado fuera de la cantina por el recluso Luis Alfonso López, alias "Cara de Piedra". Esto hizo que los delincuentes intentaran matarlo a punta de cuchillo, pero el sujeto logró escapar, yéndose con él todas las esperanzas de los delincuentes de quedar en libertad. 

Los otros presos sitiados por las autoridades le propinaron varias puñaladas a Rafael Ochoa Castro, comisionado del Ministerio de Justicia, quien con varias heridas en la región abdominal fue trasladado al Hospital Central, falleciendo cuando era atendido por el personal médico de guardia.

Todo fue confusión, los antisociales recibieron varios disparos que les produjeron la muerte en forma instantánea. 

Muy cerca el uno del otro quedaron los cadáveres bañados en sangre. Más tarde, los presos fueron identificados como Luis Carlos Rojas, Jesús Martínez González, Adolfo Uribe Gómez, Carlos Julio Niño Rivera, Orlando Rivera Duarte, Fernando Gallego Flores, Carlos Alberto López Ruiz y Jaime Gómez Carvajal.

Poco después, los jefes de la operación abandonaron el penal. Al ser abordados por los periodistas, indicaron que ya todo estaba en calma y que afortunadamente se había logrado el rescate con vida de los rehenes. "Opusieron resistencia y se le abalanzaron a los guardias con 'chuzos' y hubo que repeler el ata que", dijo uno de ellos al ser interrogado.

Asesinato 

Las autoridades de la época lamentaron la muerte del funcionario Rafael Ochoa Castro. Otto Marín Gómez, ministro de Justicia, lamentó el hecho a través de una rueda de prensa que ofreció en la Gobernación del estado Táchira. "Ha sido muy doloroso lo que ha ocurrido, ya que Rafael había venido a San Cristóbal para conocer el estado de los reclusos, así como el de sus procesos penales como base de un vasto programa de mejoramiento de las condiciones que imperan en los centros penitenciarios", informó. 

Al preguntarle sobre la situación en la que los presos se quejaban de hacinamiento, mala alimentación, arbitrariedades y tráfico de drogas, declaró que tomaría las acciones necesarias.

Todas estas horas de tensión, desesperación y sangre terminaron en la muerte de los ocho secuestradores y de un funcionario que reciente mente había llegado al estado en búsqueda de mejorar las condiciones. Los periodistas que durante más de 36 horas se encargaron de la cobertura del motín fueron atropellados por cuerpos de seguridad; sin embargo, no descansaron hasta obtener los pormenores de este impresionante suce so de interés colectivo. 

Los datos de esta historia criminal del Táchira se encuentran resguarda dos en el archivo de la Hemeroteca Estadal "Pedro Pablo Paredes", ubicada en San Cristóbal.

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