Tragedia del Limijau sigue imborrable para los tachirenses

Redacción | La Prensa Táchira.- 39 años han transcurrido desde aquel 09 de junio de 1984, y aún sigue imborrable en la memoria de los tachirenses el trágico fallecimiento de 33 estudiantes del Liceo Militar Jáuregui de La Grita (Limijau), quienes murieron  junto al conductor del autobús de esta institución, en accidente de tránsito que ocurrió a la altura del sector Las Pavas, a pocos kilómetros de la carretera Panamericana que conecta con la población de La Fría, luego de que un desperfecto en el sistema de frenos del vehículo desencadenara el fatídico volcamiento que acabó con la vida de estos jóvenes, que se alistaban para servir a la patria. 

Lograron sobrevivir ocho alumnos de los 41 pasajeros que iban a bordo, quienes se convirtieron en protagonistas y testigos del llanto, la desesperación y la angustia que se vivió en tan aciago momento en el que la vi da de valiosos jóvenes se evaporó en cuestión de minutos. 

Los fallecidos eran estudiantes de los primeros años de bachillerato, en edades comprendidas entre los 13 y 15 años, la mayoría tachirenses y otros procedentes de otras regiones del país, todos bajo la tutela del director de esta institución, el coronel Granados Ruiz. 

Ese 09 de junio era un día sábado lleno de mucho entusiasmo y alegría para los niños y adolescentes, porque se trataba del día de descanso y receso escolar correspondiente al fin de semana de permiso, lo que significaba para ellos el encuentro con su familia. 

Como de costumbre partieron bien temprano desde las instalaciones del Liceo Militar Jáuregui, ubicado en la población de La Grita, con destino a la ciudad de San Cristóbal y otras zonas vecinas, cargados cada uno con su maleta llena de ilusiones, sin saber que el destino les truncaría el recorrido para nunca más regresar.

El accidente se suscitó a las 10:30 de la mañana, al parecer, motivado a una falla mecánica de frenos, lo que ocasionó que la unidad impactara contra las defensas del puente del sector Las Pavas, se saliera de la vía precipitándose por el abismo y luego a pocos minutos del volcamiento se prendió en fuego, tras estallar el tanque de gasolina. 

El autobús era conducido por Acacio Ramón Labrador Guerrero, quien al parecer hizo todo lo posible por mantener el control de la unidad tras detectar y percatarse de la falla, situación que se le escapó de su alcance de maniobra, según su propio testimonio al recibir las primeras atenciones médicas en el hospital de La Fría. 

"Hice todo lo que pude, pero la suerte no nos ayudó. Traté de encunetarlo pero no se paró. Pronto estábamos en el fondo de la quebrada, ¡Dios, Dios!, y luego estalló el tanque de la gasolina y se incendió el autobús. Por el fuerte impacto todos los muchachos vinieron a parar en la parte delantera. Auxilié a los estudiantes que pude, pero a los pocos minutos comenzó el voraz incendio", relató. 

Luego de cuatro días de dolorosa convalecencia en la Unidad de Quemados del Hospital Central de San Cristóbal, falleció el chofer de la unidad, quien tenía 35 años de edad y no logró sobrevivir a causa de las quemaduras de tercer grado que sufrió en más de un 70 por ciento de su cuerpo. 

Según las versiones públicas conocidas de esta tragedia vial, el vehículo quedó enclavado entre la vegetación de la zona en posición totalmente vertical, aun con todos los pasajeros atrapados en su interior, sin ninguna posibilidad de que pudieran salir del mismo, antes de que se propagaran las llamas que, tristemente, llegaron pronto y extinguieron los sueños de quienes jamás pensaron morir en circunstancias tan lamentables.

Uno de los sobrevivientes del accidente, Gerson Darío Camacho Rolón, quien cursaba segundo año de bachillerato con 13 años de edad para esa época, ha sido uno de los testigos de esta tragedia que, en distintas ocasiones, relató su experiencia a través de los diversos medios de comunicación de la región brindado testimonio de lo que vivió al momento, recordando que todo ocurrió muy rápido, al punto que tan sólo ocho de los ocupantes del autobús lograron salvarse porque las llamas se propagaron a la velocidad del viento. 

"El conductor perdió el control del bus debido a fallas mecánicas, por lo que trató de encunetarse, pero al no lograrlo cayó en lo profundo del abismo que cruza el puente. Poco tiempo después ocurrió el incendio, en adelante todo fue llanto y desesperación", relató Gerson Camacho.

Rescate

De las labores de rescate, trascendió en la prensa de la época, que las mismas estuvieron a cargo de funcionarios pertenecientes a distintas delegaciones municipales de los bomberos y de las distintas fuerzas policiales del estado, las cuales llevaron a cabo prolongadas jornadas de socorro y rescate de los cuerpos carbonizados. 

Se sumaron también comisiones del Ejército, de la Guardia Nacional, la Policía del estado, de la Inspectoría Nacional de Tránsito, de Defensa Civil y un nutrido grupo de voluntarios, quienes se sumaron como un gran ejército de socorristas en las tareas de traslado de los estudiantes heridos y de los fallecidos, utilizando para ello los distintos medios de los que se disponían para el momento, a los fines de garantizar la movilización en vehículos particulares y oficiales hasta los centros asistenciales más cercanos para la pronta atención médica de los sobrevivientes, quienes luego fueron trasladados en helicópteros hasta el aeropuerto de Paramillo en la ciudad de San Cristóbal y posterior al Hospital Central. 

Debido a la profundidad en la que se precipitó el autobús, la tarea de auxilio se tornó compleja, lo que prolongó dichas labores producto del entramado de hierro en el que se consumió la unidad. 

La identificación de los cadáveres recayó en manos de un equipo de expertos forenses y funcionarios del Cuerpo Técnico de Policía Judicial, los que se apostaron en la morgue del Hospital Central de San Cristóbal, a los fines de dar reconocimiento a cada uno de los fallecidos, mediante la pericia de los especialistas en odontología forense, tarea que contó con el apoyo de los familiares, quienes aportaron la información referente a la historia odontológica de sus parientes, lo que permitió conocer la identidad de la mayoría. 

Los restos de los estudiantes fueron entregados en urna de metal, cerrada y plenamente identificada con el nombre de cada quien escrito sobre una cinta de tirro, y posterior a ello fueron trasladados en un gran cortejo fúnebre a las instalaciones del Gimnasio Cubierto Arminio Gutiérrez Castro, en el sector La Concordia de San Cristóbal, donde se llevó a cabo un emotivo acto colectivo de velación. 

Escenas de hondo pesar y gran tristeza se vivieron en el velorio de los jóvenes, donde acudió un multitudinario número de tachirenses, quienes se solidarizaron con el dolor de los deudos e hicieron como suya la pérdida de estos estudiantes sumándose al duelo colectivo que trajo consigo esta tragedia que año tras año se recuerda en muchos de los hogares del Táchira

Sepelio 

Del mencionado Gimnasio se hizo el traslado de los estudiantes al Cementerio Jardín Metropolitano El Mirador, donde se les dio cristiana sepultura. Cuarenta y cinco carrozas hicieron parte del cortejo fúnebre, y fueron testigos del río humano que se volcó en calles y avenidas para despedir a los estudiantes, a lo largo de toda la ruta que terminó en el camposanto. 

El obispo de la Diócesis de San Cristóbal, monseñor Alejandro Fernández Feo, presidió los oficios religiosos y junto a la gobernadora del estado Táchira, la profesora Luisa Pacheco de Chacón, destacó la asistencia de personalidades del Gobierno nacional, entre estos el ministro del Interior, Octavio Lepage, el ministro de la Defensa, general de División,  Humberto Alcade AlvÓrez, así como otros ministros y altos comisionados de la Presidencia de la República. 

Indalecio Cañizáles, sepulturero del camposanto, refirió que los estudiantes fueron sepultados en la fila N31 del sector San Sebastián del Jardín Metropolitano El Mirador, cuyas parcelas están seguidas unas tras otras en la misma hilera y parecen estar custodiadas por una estatua del patrono San Sebastián que les emana su protección, en honor al orgullo de haber sido parte de la gran familia del Liceo Militar Jáuregui.

Distintas manifestaciones de profundo pesar quedaron guardadas en el corazón y en la memoria de los tachirenses ante esta lamentable tragedia que enlutó no sólo a las 34 familias que perdieron a sus seres queridos, sino que causó gran conmoción en toda la colectividad nacional, porque se trató de un accidente de tránsito que acabó con los sueños y las esperanzas de jóvenes que se proyectaban como hombres y mujeres útiles para la patria, quienes tal vez nunca imaginaron que abordar el autobús Ford -750, modelo 1975, placas 500-046, significaría su último viaje, el que no tuvo sitio de llegada ni tampoco lugar de retorno, sino por el contrario los condujo a su vuelo más alto.

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