El hallazgo de una caja fuerte que escondía un terrible asesinato

Ariana Moreno | La Prensa Táchira.- A las seis de la mañana del 11 de octubre de 1956, Narciso Molina tomó como de costumbre la vía entre los sectores Curazao y La Victoria para dirigirse a una nueva jornada laboral en la antigua Cervecería Andes, ubicada en la localidad de Palmira, municipio Guásimos. Mientras Narciso transitaba por la vieja carretera, miró de reojo hacia una estrecha vereda, donde observó algo que lo hizo detenerse inmediatamente. Por unos segundos advirtió lo que parecía ser los restos de una mesa, pero al acercarse se dio cuenta que realmente se trataba de una caja fuerte que, al parecer, había sido violentada recientemente. 

En el suelo se hallaban numerosos documentos personales a nombre de Polidoro Evaristo Rivas Hernández. Al instante, apresuró sus pasos y comunicó el hallazgo a las autoridades de Palmira, quienes se dirigieron al lugar para comprobar las declaraciones del honrado trabajador. 

Una vez registrada la caja, el prefecto de Palmira, Julio Chacón, decidió dejar a un agente en el sitio y regresar a la capital del municipio Guásimos en busca de Polidoro Evaristo Rivas Hernández, quien era altamente conocido por desempeñar varios cargos públicos, entre ellos el de juez, secretario de la prefectura y presidente de la Junta Comunal, para notificarle que sus documentos habían sido hallados tirados en una zona boscosa de la vía que conduce a Curazao. 

Se dirigió a su casa ubicada en pleno centro de esta localidad que compartía con varios ancianos. La vivienda estaba ubicada en la esquina norte de la plaza Bolívar, colindaba con el Colegio Padre Frías, regido por las Hermanas Agustinas Recoletas del Corazón de Jesús, y en diagonal se podía observar la casa parroquial. 

La entrada que daba a la plaza se hallaba abierta. Golpeó fuertemente la puerta y llamó a grandes voces a los habitantes de la casa, hasta que finalmente apareció Rosendo Porras, uno de los hombres que habitaban allí en compañía de don Polidoro. A este señor se le ordenó ir en busca del exjuez y momentos después salió con el rostro lívido, declarando que a quien tanto buscaban se hallaba muerto en su habitación. 

Ante tal revelación, el prefecto en compañía del párroco Francisco Ichazo y de la comisión policial, penetró en la habitación hallando el cadáver del anciano, de 75 años, en su cama y que estaba atado de pies y manos con un mecate, una cobija estrangulando su cuello y una toalla cubriéndole la cara. 

Asfixia 

Las autoridades practicaron el levantamiento del cadáver para realizar la autopsia de ley, a través de la cual lograron descubrir que el hombre había muerto por asfixia, unas seis horas antes de que fuera hallado el cuerpo sin vida del anciano. Una vez dado a conocer el hecho, se iniciaron las investigaciones valiéndose de cientos de comentarios e hipótesis formuladas tanto por los efectivos policiales como por los habitantes de Palmira. 

Desde un principio se creyó que el asesinato fue planificado y consumado por una banda organizada de asesinos, puesto que era inconcebible que una sola persona haya podido mover la caja fuerte con un peso aproximado de 290 kilogramos. Las personas aseguraban que se necesitan al menos cuatro hombres para poder transportar una caja fuerte de la magnitud de la encontrada. 

Asimismo, se supo que el corregidor de aquella época de la aldea La Victoria, quien habitaba frente a la Escuela Rural Gervasio Rubio, oyó en horas de la madrugada un vehículo que hacía el cambio frente a su habitación, ubicada a corta distancia del lugar donde fue hallada la caja fuerte. Otros vecinos, también reportaron que a eso de la una de la madrugada oyeron arrancar velozmente una camioneta del frente de la plaza, justamente de la puerta de la habitación de la víctima. 

En esa camioneta posiblemente fue conducida la pesada caja fuerte, para buscar luego en ella el dinero que los asesinos suponían o sabían que tenía la indefensa víctima. El crimen causó conmoción en esta localidad por haberse consumado en todo el centro de la ciudad, donde ni siquiera las autoridades policiales, cuya sede estaba ubicada a unos 80 metros del lugar, percibieron la espantosa tragedia que se estaba desarrollando justo frente a ellos. Además, Polidoro Rivas era ampliamente conocido y estimado por todos al considerarse como uno de los ciudadanos más honorables y correctos de aquella población andina. 

Era natural de Lobatera, pero se había residenciado desde hacía muchos años en Palmira. Pese a ser tan apreciado por los palmirenses, este anciano no tenía esposa e hijos, por lo que las autoridades notificaron del fallecimiento a un sobrino de nombre Hernán Girón, quien trabajaba como médico en la ciudad de Caracas. Este instruyó que el cadáver sólo fuera enterrado cuando él llegara. La sepultura se realizó a las 2:00 de la tarde del 13 de octubre, dos días después del hallazgo del cadáver. 

Luego de las ceremonias religiosas y civiles correspondientes, las autoridades llevaron a cabo varios interrogatorios. Los primeros de ellos, efectuados a cinco personas que vivían en la casa de don Polidoro Rivas. Se trata de tres hombres y dos mujeres, todos de edad avanzada, a quienes el generoso dueño de la casa les había permitido vivir con él, en vista de que carecían de techo. 

Como la casa es amplísima, don Polidoro había asignado a cada una de estas personas una habitación dentro de la misma.

Enterados 

Según relatan los medios locales de la época, antes del homicidio habían corrido varios rumores que advertían que algo malo le iba a suceder a este anciano, debido a que era público el hecho de que había vendido varias haciendas y propiedades. Una sobrina lejana dijo en una oportunidad: "a mi tío lo van a matar un día de estos para robarle la plata que tiene en la caja". Además reprochaba que todos los que vivían con él supieran del contenido y ubicación del baúl. 

Otro dato interesante fue que meses atrás una persona había alertado a las fuerzas de seguridad que dentro de muy poco tiempo sería cometido un asesinato en Palmira en contra de un ciudadano que recientemente había vendido una hacienda.

Ante este alerta, las autoridades iniciaron las averiguaciones del caso y constataron que efectivamente un hombre que habitaba en la zona había vendido dos meses antes una hacienda. A este señor le fue notificado el dato en previsión, pero los agentes policiales no sospecharon que pudiera tratarse de don Polidoro, pues este ya había vendido una hacienda hace varios años, así como otros inmuebles que poseía cerca a Palmira.

Todo hace suponer que los asesinos tenían acceso a la casa, pues no se encontraron signos de violencia en ningún sitio y la puerta se encontraba abierta. Las autoridades presumieron para aquel entonces que uno de los delincuentes se introdujo en horas del día del 10 de octubre en la casa y se escondió en algún lugar hasta la hora convenida para perpetrar el crimen.

También se decía que podría tratarse de una banda de malhechores que se dedicaban a cometer asesinatos a personas honradas y con dinero. 

Esto surgió del hecho de que meses antes habían sido asesinados los ancianos Aura Matilde de Contreras y Moisés Orraiz, en circunstancias angustiosamente similares. Ante la incógnita, agentes de la extinta Dirección de Seguridad Nacional (DSN) se trasladaron a Palmira y comenzaron a obtener datos al respecto, logrando algunas fotografías y retratos hablados de sospechosos que habían visto rondando por la zona. Los funcionarios se limitaron a mantener un estricto silencio al respecto, esperando el momento oportuno para localizar a los asesinos. 

Días más tarde, en Colón, uno de los criminales fue detenido y remitido a San Cristóbal por la Guardia Nacional. Más tarde, en otro lugar cayó otro y entre ellos mismos delataron a dos más sumando a cuatro los detenidos por el homicidio en Palmira. Los habitantes que estaban alerta a los acontecimientos, sintieron una profunda tranquilidad al saber que los responsables de tan monstruoso crimen finalmente habían sido localizados. 

Algunas horas después, los agentes de Seguridad Nacional se dirigieron al municipio Guásimos en compañía de dos de los homicidas para rescatar algunas armas que tenían escondidas cerca de Patiecitos. Melecio Ramírez Fernández y José Ernesto Plaza, de amplio récord criminal fueron llevados al sitio que indicaron para recoger los objetos que tenían ocultos en un potrero, instrumentos con los cuales cometían sus fechorías. Al llegar al lugar señalado, se apoderaron de un revólver y un machete y arremetieron en forma violenta contra los agentes policiales. 

Ante el insólito asalto armado, los miembros de la comisión se vieron obligados a hacer uso de sus armas reglamentarias en defensa personal, resultando muerto Melecio Ramírez Fernández, alias el "Coloradito", jefe de la pandilla criminal y quedando herido de gravedad José Ernesto Plaza, de 26 años de edad. 

Este delincuente natural de Acarigua, contaba con un amplio historial policial, se había fugado varias veces de la cárcel y había participado en levantamientos contra miembros de las Fuerzas Armada de Cooperación, actualmente conocida como Guardia Nacional Bolivariana. 

Del horrible y despiadado crimen sólo quedaban dos, quienes fueron trasladados a prisión mientras se concluían las investigaciones. Todo parecía haber quedado resuelto: sin embargo, cuando el caso comenzaba a ser superado, los habitantes de Palmira recibieron la terrible noticia que los integrantes de la banda criminal habían sido absueltos por falta de pruebas. 

Los registros de aquel entonces muestran que durante una audiencia en el Juzgado Segundo Penal, a cargo de Martín Pérez Roa, los indiciados Miguel Antonio Zambrano Araque, alias "Miguelín" y Domiciano Eustoquio, integrantes de la cuadrilla de malhechores que asesinó al anciano Polidoro Rivas Hernández la noche del 10 de octubre de 1956 en Palmira, fueron absueltos de las acusaciones en su contra y del cargo fiscal que les había sido formulado en su oportunidad. 

Según los medios de comunicación que siguieron el caso, las autoridades no pudieron demostrar la verdad de este hecho, causando la furia en los habitantes de Palmira, quienes estaban convencidos que estos matones habían sido los que sometieron a golpes y asfixiaron con su propia frazada a uno de los personajes más queridos de la Palmira señorial. 

Los datos de esta historia criminal del Táchira se encuentran resguardados en los archivos de la Hemeroteca Estadal "Pedro Pablo Paredes", ubicada en San Cristóbal.

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