Le destrozaron el cráneo con una piedra de más de 3 kilos para robarla

Ariana Moreno | La Prensa Táchira.- Con la región craneal machacada a golpes y una mordaza hecha con un trozo de tul de su propio mosquitero fue encontrado el cadáver de una honrada comerciante en la calle principal del barrio Las Flores, el 18 de abril de 1969.

Al cumplirse 54 años de este suceso, se recuerda el horrendo crimen que causó conmoción en los habitantes de esta localidad y del cual existen numerosas páginas de periódicos que día a día iban informando de nuevos avances en el caso. 

Los registros de aquella época relatan que la víctima, Ana Bertilde Vera Suárez, de 53 años, era una mujer tranquila, trabajadora, sin problemas de ninguna naturaleza y muy estimada por todos. Entre las cinco y seis de la mañana de todos los días se levantaba y de inmediato abría su negocio llamado "Abastos Vera", ubicado en el barrio Las Flores, al comienzo de la urbanización Coromoto. 

Según cuentan vecinos, su jornada laboral terminaba a eso de las nueve de la noche. Así, diariamente transcurría su vida; sin embargo, la mañana de aquel viernes 18 de abril eran las siete de la mañana y el negocio aún no estaba abierto.

Los vecinos comenzaron a impacientarse e indagar el motivo por el cual Ana Bertilde no abría la bodega. El tiempo transcurrió y aproximadamente a las ocho de la mañana una vecina se dirigió a la parte posterior de la vivienda que limita con la calle, a través de un pequeño callejón de aguas negras. Desde allí, llamó en voz alta a la comerciante, pero como no respondió se acercó más, hasta ponerse en línea recta con la entrada.

Una vez ubicada, observó desde ese sitio que la puerta que da al pequeño patio se hallaba abierta, presumiendo que algo grave le había ocurrido a la vecina. Su sospecha se fortaleció cuando al mirar más de cerca, se percató de que al lado de una pared había unos lentes oscuros y huellas de zapatos.

Fue entonces cuando buscó a otro vecino y le contó lo que había visto. Le hizo saber que a la dueña del abasto le había ocurrido algo muy grave porque no respondía a su llamado. Casualmente, por el sitio se desplazaba un funcionario de la extinta Policía Técnica Judicial, quien en compañía de agentes de la Policía del estado penetró al inmueble para averiguar qué era lo que había ocurrido.

Los agentes encontraron todas las habitaciones en el más completo desorden y la mercancía del establecimiento estaba esparcida por todo el suelo. Siguieron buscando por toda la vivienda hasta que se toparon con una escena escalofriante: el cadáver de la comerciante se hallaba sobre una cama de hierro, boca arriba y con las manos extendidas. Su cuerpo presentaba gran rigidez cadavérica, con visibles signos de violencia en el rostro y con una fuerte mordaza atada a su boca. Al ser volteada, descubrieron que el cráneo estaba completamente destrozado y el resto del cuerpo estaba desprovisto de ropa. 

En el piso de la habitación fue hallada, envuelta en sábanas, una voluminosa piedra de más de tres kilos de peso, con la que se presume los criminales le propinaron varios golpes en el cráneo que atrozmente acabó con la vida de la mujer.

Inician pesquisas

Inmediatamente, una comisión de detectives de la División Contra Homicidios iniciaron las investigaciones correspondientes. Interrogaron a toda la vecindad para ver si alguien había logrado ver algo; sin embargo, durante los primeros días todos los interrogados decían no haber oído ruidos extraños en el interior de la vivienda donde se cometió el salvaje asesinato. 

Aseguraban que la noche del jueves —un día antes de ser hallada—, Ana Bertilde cerró el abasto entre las nueve y media y diez de la noche y no supieron más de ella, puesto que una vez que concluía sus labores no abría para atender a cliente alguno, así le llamaran con insistencia.

Más tarde, comenzaron a surgir algunas pistas. Varias personas que habitaban en la zona expresaron que esa noche, a eso de las diez vieron subir a tres sujetos muy sospechosos. Uno de ellos moreno, con sobrepeso, de baja estatura y lucía gafas oscuras.

Una jovencita los siguió hasta la esquina donde comienza la urbanización Coromoto, pero los tres individuos se perdieron en medio de la oscuridad, pues se desplazaron hacia una calle desprovista de alumbrado público, la cual colinda por su parte posterior con la vivienda de Ana Bertilde. 

Se cree que estos sujetos se ocultaron por un tiempo en espera de que los vecinos y su víctima se durmieran. Los funcionarios policiales presumen que uno de ellos tuvo que haber entrado y esconderse dentro del abasto, cuando aún se encontraba abierto, saliendo de su escondite en el momento en que los demás compinches llegaron a la parte posterior para darles paso por la puerta que daba al patio. Los hombres, se supone que conocían el lugar donde dormía la mujer. 

Los tres traspasaron el jardín hasta llegar sigilosamente a una puerta que conectaba con el resto de la casa, penetrando en una pequeña habitación donde hallaron dormida a su indefensa víctima.

La obligaron a incorporarse para que les revelara el sitio donde pensaban, tenía algún dinero. Sus aspiraciones quedaron frustradas cuando la mujer les dijo que ella no guardaba plata, que sólo mantenía la mercancía del negocio y alguna que otra moneda para dar cambio. Esto molestó de tal manera a los atracadores que comenzaron a propinarle múltiples golpes con los puños a la indefensa mujer. Este hecho se pudo verificar, debido a que el cadáver presentaba visibles huellas de violencia en el cráneo, rostro, tórax y abdomen. 

No satisfechos con esto decidieron llevarla a diversos sitios de la parte interior de la casa, pues los pies de la mujer presentaban rastros de lodo que indicaban que había sido arrastrada. Finalmente, la llevaron hasta su cama donde le causaron múltiples torturas. 

Para evitar que gritara en demanda de auxilio, tomaron el mosquitero que utilizaba la víctima y arrancaron un pedazo de tela para colocarle una mordaza.

Mientras uno de ellos iba en busca de un objeto pesado para golpearla, los otros ladrones hurgaban en un escaparate en busca de dinero y objetos de valor. Al no recibir la gran cantidad de dinero que esperaban obtener por el robo, los malvados hombres deciden traer una piedra y destrozarle el cráneo, tal y como se relató en un principio. 

La roca fue lanzada al piso, donde más tarde sería hallada entre ropas de cama y objetos que fueron lanzados del escaparate. 

Al descubrir este macabro hecho, tanto policías como periodistas de aquel entonces comenzaron a indagar más sobre la vida de Ana Bertilde Vera Suárez, de 53 años de edad.

Se conoció que la dama, natural de la población de Rubio, en el municipio Junín, era soltera y sin hijos; sólo contaba con dos hermanos que residían en Santa Ana y a quienes veía de vez en cuando. 

Durante varios años estuvo trabajando como pulidora de muebles en una carpintería, situada en las inmediaciones de la plaza Miranda, de La Concordia. Cuando la fábrica fue cerrada la señora decidió establecer un pequeño negocio de víveres y verduras en un terreno que ya había adquirido, y donde meses más tarde también lograría levantar la vivienda, teatro del crimen.

Tenía un socio

Se dice que el negocio fue en aumento hasta alcanzar un capital de más de 25 mil bolívares. En vista de que cada vez necesitaba más productos, se asoció con un comerciante identificado como Ángel A. Barrigas, con quien dividió las acciones del abasto en partes iguales, debido a que este le proveía de grandes cantidades de mercancía y demás artículos para la venta. 

Al interrogar a este hombre, dijo que quien haya sido no se salió con la suya, puesto que la comerciante no guardaba dinero. Aseguraba que él recogía diariamente el producto de las ventas para adquirir más artículos. Tan sólo un día antes no había ido en busca del dinero, estimándose que la mujer tendría en su poder unos doscientos bolívares. 

Unos doce sospechosos fueron detenidos como resultado de las pesquisas, entre ellos uno que presentaba visibles rasguños en la región del tórax, y a otros sujetos que siempre se les veía gastando dinero, pero que se desconocía cómo lo obtenían porque no se les veía trabajando. Más tarde se logró comprobar que estas personas estaban fuera de toda culpabilidad en los hechos. 

Días después, una nueva pista daría esperanzas a los investigadores. En las cercanías donde fue asesinada la copropietaria de "Abastos Vera", fue hallado oculto bajo una piedra un guante de color amarillo con abundantes manchas de sangre, suponiéndose que haya sido dejado abandonado por uno de los antisociales que participó en el crimen, perpetrado probablemente entre las once y doce de la noche del 17 de abril de 1969.

Unos jóvenes hallaron el guante en la calle situada en la parte posterior de la vivienda que sirvió de escenario del macabro asesinato. La antigua Policía Judicial fue notificada del interesante hallazgo, haciéndose presente en el sitio una comisión que se encargó de trasladar la prenda hasta la sede de dicho cuerpo policial para ser analizada en los laboratorios y compararlo con los rastros de sangre encontrados en la habitación y en otros sitios del inmueble.

Lamentablemente, esta pista no permitió aclarar los hechos y se continuaron las investigaciones sin lograr esclarecer este caso. En el mes de mayo, las pesquisas tomaron un nuevo rumbo al lograr recopilar nuevos indicios y procesar datos confidenciales que poco a poco llevaron a los detectives encargados del caso a descubrir la identidad de los criminales.

Cuando los investigadores ya se estaban dando por vencidos, apareció un testigo confidencial, quien aseguraba conocer la identidad de las personas que habían entrado a la vivienda de Ana Bertilde para asesinarla. 

Tras averiguar lo confesado por esta persona, los detectives pudieron localizar finalmente a los criminales. Se trata de Hugo Enrique Vargas y Jacinto Villasmil, veteranos en atraco a mano armada, asaltos a moradas, 

asesinato de personas indefensas, y otros delitos que los convirtieron en enemigos de la sociedad. Hubo un tercer sujeto preso en relación con este crimen y robo, pero su identidad no se pudo conocer. Sólo se sabe que así como los anteriores asesinos, está plenamente identificado como uno de los autores materiales del horrible crimen. 

La fuente que suministró la información dice que los tres hombres actuaron en complicidad de una mujer que no pudo ser localizada.

Los datos de este horrendo crimen se encuentran resguardados en la Hemeroteca Estadal "Pedro Pablo Paredes".

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