LA CONVENIENTE POLIARQUÍA

La democracia al igual que todas las creaciones del hombre es perfectible. Lo anterior se respalda con las nuevas posturas de la Ciencia Política que va más allá de la tradicional elección mediante el voto de las distintas autoridades del Poder Público, bajo un marco electoral competitivo; también a esta forma de gobierno le corresponde no sólo construir un nuevo sistema de relaciones sociales con la ciudadanía, en donde se comparta más la tarea de gobernar mediante alianzas y otras estrategias, sino también se potencien los derechos y libertades que deben regir esas relaciones.

Por supuesto que esas nuevas relaciones sociales deben estar cubiertas de garantías que permitan una adecuada participación ciudadana en la toma de decisiones. Ese nuevo marco de interacciones se denomina Poliarquía, término desarrollado por el politólogo norteamericano Robert Dahl, para hacer referencia al más alto grado de perfección de una democracia, en donde el poder se distribuye en varios segmentos del poder de igual nivel y jerarquía, con autonomía de funcionamiento; eso sí, con una precisa normación que señala deberes, facultades y competencias.    

Para Dahl, una democracia plena ha de cumplir simultáneamente con una serie de condiciones, tales como: libertad de asociación, de expresión, libertad e igualdad de voto, eficacia en los servicios públicos, elecciones competitivas, pluralidad informativa, elecciones libres e imparciales que permitan la alternabilidad en el poder, derecho a manifestar sin amenazas y una economía de mercado. Cumpliendo con estos derechos y libertades se puede considerar poliarquía.         

En una poliarquía democrática el gobierno se debe caracterizar fundamentalmente por su continua aptitud para promover un sistema de derechos y libertades de sus ciudadanos, siendo éste uno de sus rasgos definitorios, dado que no establece diferencias políticas entre ellos. Debe existir en este sistema político igualdad de oportunidades para formular preferencias, manifestarlas sin temor de manera pública ante el Gobierno y no ser discriminados a causa de esas preferencias. Todo ello llevará a configurar instituciones inclusivas y que sean alternativas en su funcionamiento.  

En definitiva, la consolidación de un sistema democrático dependerá de la cultura y valores políticos de la ciudadanía y de su dirigencia, en cuyas conciencias se debe instalar la convicción de su conveniencia y sin cuyo apoyo, poco futuro cabría esperar para la democracia. Entonces la poliarquía equivaldría a una democracia directa en donde los ciudadanos se reúnen periódicamente para debatir, votar sobre los asuntos públicos y para elegir a las personas que habrían de manejar tales asuntos. Lo anterior prevendría gobiernos autoritarios y garantizarían derechos fundamentales y libertades políticas.

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