Fabiola Barrera | La Prensa del Táchira.- Más de tres décadas llevan Ramón Álvarez y Eduvina Ortiz de Ramírez en uno de los puntos más concurridos de San Cristóbal. "La esquina del Amor", como también se le conoce a la avenida Carabobo con cruce a la carrera 17. Hasta hace poco tiempo había una tercera vendedora de morcillas, pero falleció, por lo que El Catire y La Abuela son los que mantienen vivo el punto. Un juego de palabras que daba cuenta de que allí era la esquina de la morcilla, dio paso al nombre "La Esquina del Amor".
Sagradamente, todos los días el señor Ramón sale de su casa ubicada en la avenida Ferrero Tamayo, se instala en su carro y allí ofrece las más divinas morcillas, así como otros platos cuyo origen provienen del cerdo. Trompa, cachete, lengua, bofe, asadura y corazón, son parte del menú que tiene y que asegura ser el fundador del punto en ese lugar.
Si bien gran parte de su vida la ha dedicado a la venta de morcillas, antes trabajaba como albañil en San Cristóbal. La falta de empleo y una familia que alimentar lo llevaron a su hermana, quien fue la que lo introdujo en el arte de elaborar de la tripa del cerdo las más deliciosas morcillas, las que, sin importar el status social, son degustadas por cientos de comensales andinos.
"No había trabajo y no conseguía nada que hacer, para darle de comer a los hijos me tocó meterme en esto. Mi hermana me enseñó, empezamos a trabajar y hasta ahora nos ha ido bien". Al preguntarle cuáles de sus hijos han trabajado con él, responde con un rotundo "yo solo", pues explica que tiene tres hijas y si bien lo ayudan con la preparación, no quiso que vendieran morcillas por su condición de mujer, pues temía que alguien se propasara con ellas.
A punta de morcillas, El Catire, como también se le conoce y es lo que identifica a su establecimiento, ha sacado a sus hijas adelante, pues todas culminaron sus estudios y se hicieron de carreras universitarias gracias al trabajo y empeño diario de Ramón. En una olla de aluminio, de esas donde se preparan hervidos se encuentran las morcillas junto a las demás menudencias. Cada media hora procede a darle vuelta para que las que están arriba se calienten y no pierdan la frescura.
Para ello la toma con ambas manos y maromea con ella. Más de treinta años de práctica le hacen todo un experto a la hora de iniciar la danza morcillera en la olla, que por cierto está llena de aceite y en cuestión de cinco segundos las morcillas que estaban en el fondo de la olla, saltan a la superficie. Ni se quema ni hace regueras de aceite durante ese proceso.
Una ruleta rusa
Altas y bajas ha tenido el señor Ramón desde que se aventuró en la venta de morcillas. La crisis económica que ha marcado la historia de Venezuela también le ha golpeado fuerte. Cuando comenzó la escasez de efectivo, las cosas comenzaron a complicarse en cuanto a la venta, ya que ninguno de ellos tiene punto de venta para el cobro con tarjetas, por lo que varias veces los comensales antes de ir a comer morcillas debían comprar el efectivo para pagar.
Esta situación disminuyó las ventas considerablemente. De ahí que decidieron migrar al peso colombiano y por ahora, no han tenido inconvenientes a la hora de ofrecer el menú diario.
Con "queréme"
A menos de un metro de distancia está otro carrito, el de la señora Eduvina Ortiz, quien asegura tener 38 años en su puesto llamado "Morcillas La Carabobo". Ella, con una gorrita del equipo de los Navegantes del Magallanes atiende a cada uno de sus clientes con el cariño y dedicación que una abuela les da a sus nietos. De ahí que todos los que la visitan le dicen "La Abuela". Antes de dedicarse a las morcillas, Eduvina era ama de casa, pero un día que se le antojó hacer morcillas, salió a las afueras de su casa y tal fue la aceptación de la gente, que decidió trasladarse a la esquina de la avenida Carabobo y allí vender sus exquisitas morcillas.
Con una sazón incomparable, Eduvina ofrece no sólo morcillas, sino también verruga, garra y chinchurria, además de papas guisadas como acompañante.
El menudo de cochino lo compra en el matadero municipal. De forma interdiaria, uno de sus yernos va a horas del mediodía para comprar la sangre, tripas, garras, verrugas con los que hace la preparación de las morcillas. Todos los menudos son de cerdo y ellos mismos los compran para garantizar la frescura de los ingredientes.
Arroz, aliños y bastante amor como ingredientes llevan las morcillas de la abuela. Antes de freírlas, se sancochan y de allí van a la olla con aceite y luego al estómago del cliente.
En ambos negocios no hay refrescos ni maltas ni jugos naturales. Aguapanela con limón es la bebida ideal para degustar estos platos, por lo que quienes comen tienen garantizada la bebida.
Todos los días, de lunes a sábado, Eduvina se lleva su carrito a su casa. "Tengo que llevármelo porque no tengo dónde dejarlo", dice entre risas.
Y es que la alegría de La Abuela es contagiosa y es precisamente eso lo que atrae a quienes la escogen como proveedora de morcillas y otras exquisiteces porcinas.
Tres hijos, diez nietos, así como un grupo de bisnietos y tataranietos la ayudan en los quehaceres. Hasta los esposos de sus hijas le echan la mano, ya que el negocio es familiar. "Tengo un yerno que me ayuda mucho y los hijos aunque sea a lavar las ollas, pero todos me ayudan".
Da gracias a Dios porque todo lo que hace lo vende a diario. La olla, escasas veces se regresa a la casa con morcillas. Y es que ella tiene una costumbre que marca la diferencia. Sin importar la cantidad de morcillas u otra compra, la abuela siempre da a sus comensales las conocidas "ñapas". Bien sea papa extra, más morcillas, más aguapanela, la abuela no escatima a la hora de consentir a su clientela.
El resuelve
Eduvina asegura que no hay edad establecida cuando de comerse una morcilla se trata. Desde jóvenes hasta adultos, pasando por todos los estratos sociales van a comer a La Esquina del Amor. Asegura que mucha gente prefiere almorzar con una morcilla, ya que con una es suficiente para saciar el hambre y sale más económico que un almuerzo ejecutivo.
Los precios de las morcillas son de 2500 pesos, mientras que la lengua, garra, verruga, corazón, y demás platos, tienen un valor de cinco mil pesos.
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