María Cárdenas | La Prensa del Táchira.- En la historia de toda ciudad, perduran los nombres de aquellos personajes que se ganaron el cariño popular desde la humildad y el servicio. Entre ellos se encuentra Emerito Tovar Talay, declarado hijo Adoptivo de San Cristóbal, no por su linaje, sino por una vida dedicada a la fe.
Nacido el tres de marzo de 1897 en Tapa Tapa, estado Aragua, la vida de Don Emeterio es un relato de valientes del siglo XX venezolano. Su llegada al Táchira no fue por designo propio, sino el resultado de un destino fortuito, tejido entre la represión política y la resistencia. Tras trabajar en los campos petroleros del Zulia, su participación en la primera huelga petrolera del país, durante el gobierno de Eleazar López Contreras, le valió un confinamiento en las terribles celdas de La Rotunda, una de las cárceles más infames de la era gomecista.
Su liberación llegó en la década de 1940 con una condición de destierro. Fue así como el azar lo trajo a San Cristóbal, la ciudad que terminaría por adoptar como suya y donde formó su familia. Lejos de mantenerse al margen, Tovar continuó inmiscuido en la política nacional, ese compromiso le traería un nuevo exilio durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
Forzado a refugiarse en La Guajira colombiana, encontró cobijo entre las comunidades indígenas de la zona. Este periodo, aunque forzado, resultó ser una etapa de profunda transformación espiritual. Fue en este destierro donde, ya un hombre de fe inquebrantable, fortaleció y desarrolló el don de sanar, adquiriendo un conocimiento singular en la lectura de orina como método de diagnóstico, una práctica que mezclaba la tradición indígena con su propia espiritualidad.
Legado sanador
Con el retorno de la democracia en 1958, Emeterio Tovar regresó a San Cristóbal, mientras continuaba su labor política, fue su labor social la que lo inmortalizó en el corazón de la ciudad cordial. Su hogar se convirtió en un consuelo para cientos de ciudadanos que, desesperanzados por sus males físicos y espirituales, acudían a él buscando alivio a través de sus dones.
En la ciudad de San Cristóbal, el nombre de Emeterio Tovar siempre estuvo relacionado con la sanación. Personas de todas clases sociales reconocían los poderes sanadores de Emeterio, cuyo hogar recibía cientos de visitas semanales.
El 27 de julio de 1992, a la edad de 95 años, falleció Emeterio Tovar. Solo dos meses antes, había recibido quizás el reconocimiento que más apreció en su larga vida: el título de Hijo Adoptivo de San Cristóbal, otorgado por el Consejo Municipal, presidido por Rómulo Colmenares. Así murió el hombre de Aragua, pero nació para siempre la leyenda del sanador de fe, el político de convicciones y sobre todo, el hijo adoptivo que San Cristóbal aprendió a querer como uno de los suyos.
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