Al volver a pisar aquel sitio Ángel se preguntaba si todo lo que sucedido había sido cierto y reunió el valor suficiente para preguntrselo a una de sus tías que aún vivía en aquel lugar

Crédito: Karen Roa

Al volver a pisar aquel sitio, Ángel se preguntaba si todo lo que sucedido había sido cierto y reunió el valor suficiente para preguntárselo a una de sus tías que aún vivía en aquel lugar

Cuando el diablo estuvo suelto en Lomas Bajas

María Cárdenas | La Prensa del Táchira.- Durante la década de los 90, una humilde familia vivió una experiencia aterradora cuando uno de sus miembros, tras intentar hacer contacto con el más allá, abrió una puerta muy difícil de cerrar. Familiares de la joven indicaron que recuerdan aquella época como la vez "que el diablo estuvo suelto en Lomas bajas".

En Capacho Viejo existe un desvío que lleva a una zona llena de tradición y talento, Lomas Bajas, conocida por su gente dedicada a la alfarería, increíbles esculturas de barro se realizan en el sector. Una tradición que ha pasado de generación en generación. No obstante, muy pocos conocen la historia que vivió la familia Moreno. 

Ángel cuenta que durante sus vacaciones, él junto a sus primos pasaban la temporada en casa de su abuela. Durante aquellos días un tío envió varias cajas del extranjero, en ellas había toda clase de objetos para el hogar, pero en uno de aquellos paquetes venían juegos de mesa, entre los cuales se encontraba un tablero ouija. Los jóvenes sabían que su abuela no permite tales cosas en la casa, por lo cual decidieron esconderlo, para usarlo después. 

Daniela, la mayor del grupo, propuso jugar en una zona alejada de la casa con la excusa de ir a caminar y ver el paisaje. El grupo de primos partió para probar aquel extraño tablero que tanta intriga les daba. El día estaba nublado y en un claro cerca del río decidieron jugar, primero haciéndose bromas unos a otros, pero luego intentaron probar si de verdad aquel juego proporcionaba un contacto con el más allá.  

Comenzaron las preguntas simples: "¿hay algún espíritu en este lugar?", "¿algún espíritu quiere hacer contacto con nosotros?", pero no tenían respuesta. Los jóvenes, decepcionados y viendo que la puesta de sol se aproximaba, propusieron cerrar el juego, pero Daniela insistió en que si dejaban que llegara la noche, probablemente el tablero funcionaría. 

El sol se ocultó tras las montañas y Daniela de nuevo hizo la pregunta "¿hay algún espíritu en este lugar?", y como si fueran arrastrados por una energía externa, el puntero marcó "Sí". Los jóvenes emocionados uno a uno hicieron sus preguntas, pero el puntero no se movía hasta que Daniela preguntó "¿hay alguien con quien quieras hablar?", y esta vez el puntero comenzó a moverse de manera frenética en muchas direcciones, tal era su fuerza que ya nadie lo sostiene, pero este continuaba moviéndose por todos lados. El miedo del grupo fue tal que terminaron el juego en aquel instante, lanzando el tablero a las aguas del río; sin embargo, no eran conscientes de la puerta que había abierto. 

La posesión 

Los días pasaron y todo transcurrió con normalidad, las vacaciones continuaban y hacían todo tipo de actividades, pero ninguno del grupo mencionaba aquel altercado. Daniela poco a poco comenzó a enfermarse, unas ojeras adornaban su cara y  se fue debilitando. Su abuela pensaba que había contraído algún virus, por lo cual le recomendaba mantenerse acostada.

La joven contó a sus primos que no podía dormir, qué extraños ruidos la levantaban de noche y por más que lo intentaba, no podía moverse de la cama ni conciliar nuevamente el sueño. Con el pasar de los días, en medio de la noche, Daniela despertaba con sus gritos a todos los habitantes de la casa, describía extrañas figuras que rondaban el lugar y una risa lúgubre que la aturdía.

Su cuerpo, poco a poco se fue deteriorando, sus abuelos la llevaron al médico, pero estos no lograban descifrar su mal. La casa en la que abundaban las risas y la tranquilidad, rápidamente se transformó en un lugar lúgubre pesado y aterrador, todos tenían miedo de recorrer los pasillos o incluso estar solos en algunos de los cuartos. Daniela quien apenas  pronunciaba algunas palabras de día, se transformaba durante la noche, decía palabras sin sentido, reía frenéticamente y algunos momentos solo gritaba a todo pulmón. 

La situación tenía consternada a toda la familia, Ángel cuenta que una de sus tías una noche llegó acompañada de un sacerdote. El hombre, que al parecer era amigo de la familia, había decidido visitar a la joven para tranquilizar al grupo; sin embargo, al poner un pie en la casa, el padre se persignó instintivamente y su semblante, en un principio amable, se endureció. 

El sacerdote acompañado de los adultos de la casa ingresó al cuarto en el que se encontraba Daniela y a los pocos minutos, en medio de gritos y blasfemias, todos salieron consternados del lugar; los adultos llorando y el sacerdote inmutable comenzó a rebuscar entre sus cosas, sacando varios libros y dando órdenes a la familia. Luego de manera amenazante, miró al grupo de primos y les ordenó contar qué habían estado haciendo los últimos días.

Ángel asustado por el estado de su prima y viendo que el resto de sus primos guardaba absoluto silencio, decidió contar al padre aquella experiencia e inocente juego que realizaron con el tablero de la ouija. El sacerdote, sin interrumpirlo, lo escuchó atentamente y miró con severidad a los jóvenes. Ángel terminó su historia y el padre de uno de sus cuadernos arrancó varias hojas y a cada uno le entregó una oración.  

El ritual

La familia, por órdenes del padre, se reunió junta en el cuarto de Daniela, que permanecía en su cama con los ojos muy abiertos y una sonrisa siniestra. El padre ordenó a todos darse la mano y rodear la cama de Daniela, y mirando al suelo, debían pronunciar muy en alto la oración que minutos antes les había entregado a cada uno.

Al momento de iniciar el ritual, Ángel explica que un olor a azufre inundaba la habitación. Daniela, que había permanecido en silencio, comenzó a dar alaridos muy similares a los de un cordero. Ángel no se atrevía a levantar su rostro, miraba fijamente sus pies, pero su curiosidad terminó por vencerlo, mientras el padre gritaba a todo pulmón unas oraciones en un idioma que el joven no reconoció, vio a su prima Daniela, su rostro completamente desfigurado, no parecía una persona, era como si tomara la forma de muchos animales al mismo tiempo.

El joven, aterrorizado terminó por perder la conciencia y se levantó horas después cuando ya todo estaba en una tensa calma. Daniela había sido llevada de urgencias al Hospital y sus abuelos decidieron llevarla hasta San Cristóbal. Ángel que estaba con uno de sus tíos, vio que el sacerdote aún estaba en la casa recorriendo cada uno de los cuartos, rociándolos con agua bendita y rezando en voz baja.

Aquella casa nunca fue la misma. Su prima Daniela duró algunos días en el Hospital pero luego fue dada de alta, diagnosticada solo con una deshidratación. Pasaron varios años y por diversas circunstancias, Ángel no volvió a ver a ninguno de sus primos y a la casa de su abuela en Lomas Bajas, no volvió hasta cuando ya era un adulto.

 Al volver a pisar aquel sitio, Ángel se preguntaba si todo lo que sucedido había sido cierto y reunió el valor suficiente para preguntárselo a una de sus tías que aún vivía en aquel lugar. La mujer le contó a Ángel, que aquel día el mismísimo diablo se había aparecido en Lomas Bajas y por poco se lleva a Daniela, le contó que el sacerdote se había descompuesto después del ritual y entre lágrimas le dijo a la mujer que los niños habían atraído al maligno a la comunidad y lo mejor era que ninguno volviera aquella casa porque el ser oscuro los estaría esperando.

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